Kakushi toride no san akunin

Necesitamos la lupa de aumento del arte verdadero para entender el atractivo de la vida misma

Tiene su intríngulis que nos interesen más las obras de arte, a menudo ambientadas en lugares remotos y tiempos lejanos, que las últimas noticias que afectan a nuestra economía y nuestra política. ¿Cómo es posible que Kakushi toride no san akunin (La fortaleza escondida, 1958), una película en blanco y negro de Akira Kurosawa en versión original subtitulada, pueda cautivarnos con mucha más intensidad que las andanzas pícaras de Pablo Iglesias y sus tarjetas de teléfono?

La explicación más instintiva es para escapar pitando, precisamente. Y lo de Iglesias, bueno; pero la repugnante noticia de que en Alemania pusieron a sabiendas a niños en adopción en manos de pederastas no es para menos que para esconderse. Aunque ni por ésas es el escapismo la respuesta correcta. No hablamos de que las películas (o los libros o la música) nos distraigan o evadan o sirvan para matar el tiempo. Conmueven, transfiguran y nos devuelven a la vida renovados, dispuestos a dar la batalla con más energía. El argumento de La fortaleza escondida vale, de hecho, como parábola perfecta. La mudable princesa y el fiel y bravo general y los dos pícaros y la conmovedora esclava rescatada huyen, sí, pero huyen a toda pastilla para poder regresar a casa cuanto antes a reemprender la lucha legitimista. ¿No pasa siempre igual con el arte auténtico?

Un paso atrás o a lo hondo… para coger impulso. Necesitamos su lupa de aumento para entender el atractivo de la lealtad, en el caso del general, el camino de crecimiento que pasa por la privación y el sacrificio, en el caso -delicioso- de la princesa; la penosa redención de los pícaros, aunque sólo a medias, porque van cegados por la ambición y el egoísmo; la generosidad sin fondo del pueblo, en el caso de la joven criada o la fuerza imprevisible de la amistad y el honor en el caso del general enemigo. Y todos esos casos confluyen en uno, en cada espectador, que sale (vuelve) conmovido y renovado.

Se revuelve entonces uno contra las noticias con el ánimo dispuesto a desenfundar la shinogi-zukuri o espada del samurái, por seguir con las metáforas de Kurusawa. Y es que todavía quedaba otra paradoja escondida. Sólo lee las noticias como quien asiste a un espectáculo o a una obra de ficción quien no lee ni ve ficción. El arte te hace desafiar la injusticia real, abominar de la maldad, ansiar la bondad y emocionarte con la belleza con una intensidad inédita.

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