Obituario

Ángel Núñez

Fiscal de la Audiencia Provincial

Juan del Río: nos queda su ejemplo y su memoria

Mi primer encuentro con Juan del Río tuvo lugar a finales del verano de 1988. Yo acababa de terminar la carrera y acudí a su despacho advertido de su afamada experiencia como preparador de opositores. De su ejemplo y magisterio, más que del árido temario del programa de la oposición a la Carrera Judicial y Fiscal, aquel opositor sin ganas aprendió algo no menos importante y sin lo cual la tarea del jurista carece de sentido: la dimensión ética de la Justicia entendida como empeño y compromiso vital y la fuerza racional –me atrevería a añadir que la belleza– de las verdades sometidas a crítica.

Porque la enseñanza de don Juan, que para todos los que fuimos sus discípulos se extendió sin solución de continuidad a lo largo de todo nuestro compartido ejercicio profesional, siempre apuntó más allá de lo legalista. Jurista de abisales conocimientos, Juan del Río nunca se dejó llevar por eso que alguien llamó una vez "el riesgo normativista" y jamás se allanó ante el peligro –ese ante el que tantos sucumben– de perder el contacto con la realidad social o de abandonar el ideal de la realización de la Justicia en aras de un formalismo estéril.

Lo dije en una ocasión en que tuve la fortuna de poder agradecerle públicamente tanto de lo que le debo: con Juan del Río aprendí a amar el sentido de una profesión que, frente al dogmático ejercicio de la verdad, resulta ser el continuo aprendizaje del escepticismo, un repetido cuestionamiento de la importancia de lo aparentemente importante, de la validez de lo válido, y la siempre imaginativa sustitución de los medios –pertinazmente escasos– por una rara forma de altruismo que es la esforzada dedicación sin más recompensa que la tranquilidad de conciencia.

Conocedor de la necesaria formación integral del jurista, Juan del Río extraía de su inmensa cultura literaria y humanista los instrumentos necesarios para abordar los complejos problemas que la vida arroja sin descanso ante los tribunales de justicia.Escribía Jules Renard en sus diarios que aquellos que tiene sed de justicia tendrán siempre sed. Él nos enseñó a muchos ese anhelo. Nos queda su ejemplo y su memoria, pero el mundo es hoy un sitio peor sin Juan del Río.

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