Es curioso que, en una época donde todo parece ser pasto del relativismo absoluto, haya surgido un concepto tan jibarizador como el de usurpación cultural: que un representante de una cultura dominante se meta a faenar, en fin, en dominios de otra. Por qué Rosalía canta flamenco. Por qué un heterosexual interpreta a un gay. Bajo la alerta cierta de que hemos de tener en cuenta a colectivos históricamente infrarepresentados, se cuela un rodillo que juega, además, en su contra: si yo fuera una actriz lesbiana, querría dar vida a personajes heteros y no heteros; que mi realidad no condicionara, precisamente, mi capacidad.¿Qué pasaría, a más colmo, si las culturas tuvieran que permanecer únicamente en su centro? Pues que muchas se minimizarían. Otras recibirían el sello de extraña, de incomprensible, de ajena, y desaparecerían. Culturalmente, la diversidad es la mejor garantía de supervivencia. Biológicamente, también.

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