La tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Jibarizar el voto

LOS shuar son un pueblo de América del sur que resistieron tanto a incas como, en un principio, a los conquistadores españoles. Fueron estos últimos los que los bautizaron con el despectivo nombre de jíbaros. Se hicieron famosos por la costumbre ancestral de que su jefe reduzca la cabeza de su par derrotado mediante un rito que, al mismo tiempo, implica aceptar sin reservas a todos los vencidos. En España se jibariza la realidad a diario, pero sin que lo importante sea atendido. Vivimos inmersos en interesadas maniobras de distracción que convierten el simplismo en el ingrediente principal de nuestros telediarios o catalarios, como prefieran.

Hace unas semanas, grupos antiabortistas acusaban a cualquiera que estuviera en desacuerdo con el anteproyecto de ley de Gallardón de estar contra la vida. Personalmente, considero el aborto una tragedia. Salvo casos excepcionales o adolescentes descerebrados, no creo que existan parejas o mujeres que tomen una decisión así de manera frívola. Existen casos, por ejemplo, en que la malformación del feto puede llevar aparejada una existencia muy dura o incluso la muerte prematura. ¿Qué derecho tienen aquellos que defienden, con similar ahínco, los recortes en derechos sociales a imponer una paternidad no deseada? Da igual. A sus ojos odias la vida como millones de personas que entienden que el aborto puede ser una opción en determinadas circunstancias.

Hace meses que escuchamos la misma cantinela: lo importante es crear empleo. Parece no importar que en España se creen puestos de trabajo en condiciones de semiesclavitud o gente que con un trabajo no llegue a fin de mes. ¡Hay que crear empleos! Luego ya veremos. Ese luego significa no cuestionar por qué se amplían las desigualdades en Europa o el desvergonzado incremento de los salarios de los directivos (un 7% en 2013) paralelo a la bajada salarial de sus trabajadores (entre un 3,18% y un 0,47%). ¿Explotación, terror laboral, desigualdad? Si osas razonar o criticar esta simplificación abusiva estás a favor del paro o te tachan de demagogo. Mientras, las personas preparadas, con la mala costumbre de reivindicar un salario digno, hacen las maletas.

En 1947 y 1966 Franco convocó dos referendos. ¿Esto significa que era un demócrata? Franco era un dictador y no pretendía tampoco ser otra cosa, por mucho que apelara a la idea de "democracia orgánica". Convocó los referendos de acuerdo a su interés y necesidades. Franco se reclamó salvador de la patria y decía actuar por petición popular. Usó el voto para lo que le convino. Vivimos una simplificación aterradora de la palabra votar. Los separatistas han hecho de la consigna "queremos votar" la piedra angular de sus reivindicaciones. Cualquiera que cuestiona esas dos palabras es conducido al averno de los fachas. De poco sirve decir que los catalanes no votan más ni menos que el resto de españoles; o que las instituciones estatales y autonómicas en Cataluña existen gracias a diferentes elecciones y a una Constitución votada también en Cataluña y redactada, en parte, por catalanes. Los nacionalistas no sólo imponen lo qué se puede decidir o no (de votar contra privatizaciones de servicios públicos o derechos sociales ni hablar); también señalan a los votantes. Ellos definen lo que es el pueblo y generan un ente oprimido sin justificación histórica -Cataluña o los Países Catalanes-, erigiéndose en sus únicos portavoces. Lo que llama la atención es que su imperialismo nacional no les impida votar hasta que Cataluña norte -sur de Francia- lo pudiera hacer.

Estos políticos se escudan en una movilización popular que han promovido con bolsas de dinero, clientelismo, horas de televisión y dejadez del estado central. Las impresionantes manifestaciones del 15-M han sido convenientemente olvidadas. Éstas sí fueron producto de reivindicaciones y necesidades reales de la gente. Nadie movilizó tanto como el 15-M en Cataluña y en el resto de España. Desgraciadamente, ninguna de sus propuestas fue atendida, ni por el Gobierno central, ni por el Gobierno autonómico, que tanto insiste hoy en "cumplir la voluntad del pueblo". La deliberación sobre los asuntos ciudadanos, que es previa y posterior al voto, es engullida por una consigna tuitera y la bandera estrellada del muera España. La reivindicación de ampliar los espacios para votar y la profundización en sus posibilidades tecnológicas son abortadas. La democracia es mucho más que una afirmación o negación en respuesta a la interpelación del padrecito de turno. La democracia precisa de una reflexión colectiva sobre los problemas que nos aquejan y los poderes que nos dominan.

España es un país extraño. Aquí los integristas religiosos expiden los certificados de moralidad y los explotadores hacen lo propio con los de demagogia. Los nacionalistas se han reservado los de buen demócrata. No cabe duda: la patética consigna de una, grande y libre ha cambiado de apellidos, pero continúa con una salud envidiable.

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