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La tribuna

ÓSCAR EIMIL

Izquierda, de hundida a asistida

ASISTIMOS en España, desde hace algún tiempo, a un proceso continuo de radicalización de la izquierda que comienza a causar preocupación en muchos sectores de una ciudadanía situada mayoritariamente en la moderación; un proceso jaleado por algunos medios de comunicación, y que ha llevado las cifras del apoyo ciudadano a la izquierda radical a unas cotas, hasta hace poco, inimaginables en nuestro país. No cabe duda, en este sentido, de que los 50 escaños que aproximadamente se atribuyen a Izquierda Unida en las últimas proyecciones demoscópicas de cara a las elecciones generales, unidos a los 100 que se adjudican al PSOE, deberían llevarnos a una profunda reflexión, porque nos enfrentan a una perspectiva de inestabilidad muy preocupante para el futuro.

No olvidemos que estamos hablando de una izquierda radical y radicalizada, bronca, sectaria, que vive todavía en la lucha de clases, que busca el enfrentamiento permanente, que apoya con entusiasmo prácticas claramente antidemocráticas, como los acosos y la violencia callejera, y que no cree en nuestra Constitución. Baste en este sentido comprobar lo sucedido el pasado 6 de diciembre, con la coalición izquierdista boicoteando la celebración de su aniversario y con sus líderes Lara y Centella, del bracete, rindiendo visita a El Dorado de su formación: la Cuba castrista que desprecia la democracia, viola sistemáticamente los derechos humanos y reprime la disidencia.

Las causas de este proceso de consolidación de la extrema izquierda son claras, y hay que buscarlas tanto en los estragos que ha producido la crisis entre las capas más débiles de nuestra sociedad como en la caída libre que experimenta la izquierda moderada, derivada, no solamente de su clamorosa falta de liderazgo sino, sobre todo, de su pérdida de credibilidad, consecuencias ambas de la nefasta labor de gobierno realizada durante dos legislaturas por Rodríguez Zapatero.

A este proceso ha coadyuvado además, la inútil e inoperante incorporación de Izquierda Unida al Gobierno de Andalucía, la comunidad más importante de España, lo que ha dado una pátina de responsabilidad y respetabilidad política a una coalición que, a mi juicio, se encuentra en las antípodas de lo que son los modos y maneras de comportamiento habitual en las democracias occidentales. Se apunta también así, en el debe de la izquierda moderada, la responsabilidad de haber abierto el camino del poder a la izquierda radical, a fin de mantener el plato de lentejas de San Telmo no obstante haber perdido las elecciones, lo que contribuirá todavía más en el futuro a la inestabilidad.

Además -acábate pobre-, para responder al desafío que para su hegemonía política supone este crecimiento generalizado de las posiciones extremas, a la izquierda moderada sólo se le ha ocurrido la respuesta de la radicalización, con lo que cada vez se aleja más del discurso moderado que da y quita gobiernos en España y se acerca más a la marginalidad; y todo ello sin caer en la cuenta, al parecer, de que aquella parte de la ciudadanía que simpatiza con estas posiciones políticas prefiere siempre el original a la copia. Es decir, que este proceso que pilota Rubalcaba, de un tiempo a esta parte, para intentar taponar la herida que sangra a borbotones a su izquierda, sólo servirá para provocar un mayor crecimiento de Lara y los suyos, con el consiguiente debilitamiento de las posiciones moderadas. Suicidio político este que habrá que anotar asimismo en el debe del Partido Socialista, y ya son tres.

Y les decía que todo esto es preocupante porque, tras la costosa estabilización de nuestra economía a la que debe seguir un periodo de crecimiento sostenido, sería terrible la vuelta a la época del déficit desbocado que patrocina la izquierda radical, algo que nuestros acreedores nos harían pagar muy caro en forma de más pobreza e inestabilidad, al estilo Venezuela, a la que pretenden emular.

Es cierto que, tras el relevo producido al frente del Gobierno andaluz, se advierte algún matiz de cambio en las posiciones hasta ahora mantenidas por un PSOE que, no obstante, continúa siendo rehén de la izquierda radical, de sus extravagantes propuestas y de su inmovilismo frente a una crisis que exige reformas audaces a las que, hasta ahora, parece alérgico el Gobierno bipartito; algo que nos anclará indefinidamente en el furgón de cola del país. Gobernar en tiempos revueltos debería significar, desde luego, alguna cosa más que colgarse del cuello del Gobierno para obstaculizar la implementación de unas reformas, por lo demás, bien necesarias.

En definitiva, sombrío panorama para España si miramos a la izquierda, porque ningún escenario previsible de futuro sería peor para nuestro país que el de la inestabilidad: un Gobierno de la izquierda sustentado por tropecientos partidos asentados en la radicalidad.

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