La Semana Santa es algo conmovedor y al mismo tiempo esclarecedor. Cientos de personas, lo estamos viendo, representan en una ciudad tan pequeña como la nuestra una gran obra de teatro. Y lo hacen con un gran empeño, a lo mejor digno de mejores causas. En cualquier caso, ellos sabrán. Por alguna razón, al igual que ocurre con otra incomprensible pasión como el fútbol, esta celebración mueve las mejores y las peores emociones. De nuevo, ellos sabrán, digo los que dedican esfuerzos, horas y también ambiciones a llenar las calles de figuras, adornos, velas y dorados para recordar la muerte del que vivió y murió para cambiar el mundo cambiando a los hombres. Veintiún siglos después, la cosa no ha variado mucho, pero se ve que su última, terrible semana de vida dejó huella imaginaria en este pueblo. Y nos dedicamos a conmemorarlo. Una gran demostración a nuestra manera. Inútil, pero muy bonita.
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