SI fuera comparsista -nada más lejos de mi condición, soy más de cuarteto callejero-, cantaría que mientras los niños andaluces se analfabetizan en los colegios ante la desidia de sus padres y de sus maestros, las fiestas de una hija de la acusadora -la ministra Ana Mato- se pagaban con dinero que su marido obtenía de una trama de corruptos. Lo supiese ella o no, la ministra de Sanidad está invalidada para pedir más esfuerzos a los españoles, subir el copago o restringir nuevas prestaciones. Más me interesó ver ayer a Mariano Rajoy para dar explicaciones sobre el caso Bárcenas. Hizo bien en comparecer él mismo; mal en no aceptar preguntas, el síntoma de la falta de transparencia que aqueja a este país. Además de su negativa rotunda sobre el cobro o el reparto de dinero negro -que en sí, ya es importante; su palabra vale, de momento-, sólo me quedo con que el lunes hará públicas su declaración de bienes y de la renta. ¿Esto es todo? Erró por completo Mariano Rajoy porque tanto sus bienes como su declaración ya se conocen, exactamente desde el año 2011, cuando debió presentarlas por su condición de diputado. Unos 600.000 euros ahorrados y cuatro casas. Las explicaciones del presidente fueron insuficientes, y sólo recuerdan la dinámica de otros casos de corrupción, de éste y de otros partidos: negación, acusación al contrario, dimisiones postreras y, al final, la justicia. Mal.