Columna vertebral

Ana Sofía Pérez / Bustamante

Instinto básico

EL coleccionismo es un instinto que se transforma con la edad. Primero son los álbumes de cromos, luego los elefantes, las cajas de agujas de gramófono, los sellos... El coleccionista de series abiertas, a diferencia de lo que piensan sus amigos, no suele ser indiscriminado: si decide coleccionar ranas no es porque le guste cualquiera, aunque le llenen de ranas vulgares o espantosas. Al verdadero coleccionista tampoco le emocionan los regalos intrusivos: su relación con los objetos es personal e intransferible (el gozo y dificultad del hallazgo, los avatares de la toma de posesión), porque su afición se relaciona con la búsqueda del tesoro: es un proceso en el que la pieza pierde su obsesiva urgencia una vez obtenida. Hay algo en esta dinámica que convierte al coleccionista en cazador maldito condenado a una persecución sin descanso. Tal vez, como decía Lacan, el sujeto persigue un objeto ilusorio, una perpetua metáfora de algo indecible e inalcanzable que, freudianismos aparte, podría ser, lisa y llanamente, la felicidad. Este verano he descubierto el mundo de las monedas fantasiosas que últimamente acuñan, sobre todo en plata, los países más inverosímiles. De las que he visto en internet me cuesta decidir entre el Congo y Palau (o Palaos, un archipiélago de Micronesia que es república independiente desde 1994 y tiene más amonedaciones de su dólar que habitantes -no llegan a 20.000-). A favor del Congo, una moneda octogonal de 5 francos con reverso de ruleta para tomar decisiones: "Sí", "No", "Piénsatelo"...; un dólar en forma de guitarra eléctrica o 10 francos redondos de metacrilato transparente con velero dentro. A favor de Palau, una onza de plata decorada con un cocodrilo de ojo verde verde de cristal Swarovski; o con una concha con perla natural embutida; o el colmo de lo freaky: con una virgen de Lourdes y, junto a ella, un tubito de auténtica agua del manantial santo. Bélgica ha sacado este año, en homenaje al dramaturgo Maeterlinck, una de las monedas más bonitas que he visto nunca: 10 euros en plata con un enrejado "art déco" y, lacado en su color, "El pájaro azul". Justamente el que en los viejos cuentos era el emblema de la felicidad.

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