El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

Algunos países de la Unión Europea, Alemania y singularmente Holanda, han reaccionado ante los planes de solidaridad ante la crisis del coronavirus presentados por otros estados, entre ellos España, con una respuesta casi calcada a la clásica y tópica de algunos ricos. "Los pobres en el fondo os merecéis serlo", aseveran mientras se niegan a que se investiguen los métodos mediante los cuales ellos se han hecho con sus abundantes bienes. Cierto político holandés, que no se merece que se nombre, ha propuesto incluso que se investigue la culpa que la misma España puede tener en que la pandemia se haya cebado con nuestro país. Y lo ha remitido, claro, siempre es el dinero, a supuestas imprevisiones en la capacidad de financiación.

Se trata de una dolorosa y desgraciadamente previsible reacción, ya que es la misma que tuvieron ante la gran crisis de 2008 y que llevó a que los más pobres pagaran los platos rotos. El mismo señalamiento de culpables. Los españoles tuvimos que pagar de nuestros bolsillos, y hubimos de aguantar, como ahora, que se nos dijera que nos lo merecíamos por nuestra tendencia al despilfarro y la fiesta. Es frustrante recordar ahora de qué manera esa actitud fue inmisericordemente cruel con los griegos, demonizados duramente incluso por compañeros de penurias como italianos y españoles.

Es la vieja insolidaridad, el viejo miedo a la igualdad, el arcaico sálvese quien pueda que ha llevado al mundo a tragedias repetidas una y otra vez, de las que siempre se han salvado los pudientes, naturalmente porque habían hecho méritos para lograrlo, mientras los demás acumulábamos pecados para caer una y otra vez en cada una de las crisis, guerras, y epidemias. O era el designio de Dios o era el mercado, amigo, o era la economía, estúpido. Las excusas han cambiado, pero los destinatarios han sido siempre los mismos.

Dentro de nuestro país no cambia mucho el panorama. Todos (no nos fijemos ahora en los escasos egoístas del 'a mí no me impide nadie hacer lo que quiero') aguantamos obedientemente, e incluso con nobleza y buen espíritu, el confinamiento en nuestras casas; millones soportan con estoicismo la reducción de sueldo que supone un ERTE o el desamparo de quedarse sin trabajo; una buena parte de la masa trabajadora y empresarial, los sectores esenciales (recordemos para después este adjetivo) ve incrementada su jornada y su terrible exposición al virus… pero la patronal exhibe una mirada enana y se queja de que se prohíban los despidos.

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