La torre del vigía

Ana / Rodríguez / De La Robla

Incentivos

EL asunto de los incentivos cuenta por estos lares con vistoso pedigrí. Los incentivos -espléndido eufemismo- existen desde tiempo inmemorial para conducir a las ovejas descarriadas al redil. Si son determinados ciudadanos quienes quieren obtener ciertas prebendas o resultados a cambio de favores o dineros, entonces la cosa se denomina soborno o corrupción, en sus diferentes modalidades y motivaciones. Por el contrario, si la misma actividad se ejerce desde cualquier Institución de esas que en España se escriben con mayúscula, entonces se habla de incentivos que constituyen un acicate para estimular el buen comportamiento de los ciudadanos. Por si alguien no distingue con claridad la diferencia, pondremos un ejemplo elemental, como de Barrio Sésamo: si papá le lleva al profe de latín un jamón para que apruebe a su niño, se trata evidentemente de soborno; cutre, pero soborno. Si en cambio es la Consejería de Educación la que ofrece a los profes 7000 euros por aprobar alumnos a pasto, entonces se trata de incentivo. Qué bien se explica Coco.

Por si alguien lo desconocía, ya hace años que existe en la Universidad un mecanismo que regula el número mínimo de aprobados por año académico. En cada Comunidad Autónoma hay ligeras variaciones en la aplicación de esta norma, pero en síntesis se trata de demostrar a los ojos de los europeos, siempre desconfiados, que los universitarios españoles son la caraba. Eso sí, al tiempo se regula la concesión de matrículas de honor, que no deben exceder de una o dos por curso, pues eso es menos dinerito que se ingresa en las arcas de nuestra Madre Nutricia. Así que la Consejería de Educación de Andalucía, que se conoce al dedillo lo que "mola" el sistema universitario, y que todavía está escocida por las orejas de burro que le colocó al alumnado andaluz el Informe PISA, consciente además de que el profesorado de Enseñanzas Medias es un poco díscolo porque lo tienen más achicharrado que a un ninot en la Nit de la Cremá, se acuerda del chollo de los incentivos y piensa: si les soltamos dinero a estos pardillos solucionamos 'velis nolis' el analfabetismo de las aulas y cosechamos estómagos agradecidos. Como sigamos por esta vereda, no tardaremos en volver a los tiempos de las delaciones; perfectamente legales e incentivadas, por supuesto.

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