In memoriam a distancia

La deuda de gratitud con Pérez-Llorca la tenemos también los que no sabemos pagársela con palabras

Cómo me gustaría dedicarle un artículo a José Pedro Pérez-Llorca. Pero apenas lo saludé tres o cuatro veces, y gracias a que mi mujer es nieta de Pepe Villar, que había sido íntimo amigo de su padre. Esas revueltas medio genealógicas hacían que nos mirase (sobre todo a mi mujer, lógicamente) con el cariño cercano de un tío lejano. Con eso parece muy difícil escribir una columna y tampoco es cuestión de cortar y pegar su asombroso currículum, que están glosando maravillosamente los que le conocieron más y mejor, como Rafael Sánchez Saus y José Joaquín León, aquí mismo anteayer.

Por lo tanto, me he puesto a recordar un hermoso cuento jasídico que contaba Javier Rodríguez Marcos que era el preferido de Roberto Juarroz y que Gregorio Luri recoge en su último libro, La imaginación conservadora. Siguiendo la versión de Rodríguez Marcos, dice así: "Cuando el gran rabino Shem-Tov creía que se avecinaba una desgracia para su pueblo, se retiraba a meditar en un lugar del bosque. Allí encendía un fuego, recitaba una plegaria y se cumplía el milagro de que la desgracia quedara conjurada. Años más tarde, cuando le tocó a su discípulo implorar al cielo por la misma razón, acudía a aquel mismo lugar del bosque y decía: 'Señor, escúchame. No sé como encender el fuego, pero todavía soy capaz de recitar la plegaria'. Y el milagro volvía a cumplirse. Más adelante, y también con el objeto de salvar a su pueblo, otro rabino se encaminó al bosque para decir: 'No sé cómo encender el fuego, no conozco la plegaria, pero puedo colocarme en el lugar preciso'. Y eso fue suficiente. Finalmente, cuando lo llegó el turno a un rabino posterior, éste sentado en un sillón, habló así a Dios: 'Soy incapaz de encender el fuego, no conozco la plegaria, ni siquiera puedo encontrar el lugar en el bosque. Todo lo que sé hacer es contar esta historia'. Y aquello bastaba. Dios creó al hombre porque le gustan las historias".

Yo estoy sentado en mi sillón y apenas tengo nada que contar de José Pedro que no sea público y notorio. Pero sopeso su figura, sigo su trayectoria por lo público y por lo privado, veo cuánto necesitamos su ejemplo, sus ejemplos, recuerdo su cariño, heredado y de ida y vuelta, repaso dos o tres anécdotas familiares, sondeo su importancia para la política de España y siento que en el pecho se me enciende una hoguera de gratitud y admiración. No es ni mucho menos bastante, pero basta.

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