Yo te digo mi verdad

Imprescindibles dialogantes

No había en las palabras de Joaquín Zozaya, ni asomaba en sus gestos, ningún atisbo de querer desaparecer al contrario

LA pandemia y la falta de contactos que maltrajo impidieron que me enterase demasiado tarde y hace muy poco del fallecimiento de una persona que, sin ser propiamente amigo, ha resultado ser insospechadamente importante en mi vida, por la reflexión que me ha provocado su muerte.

Apenas coincidí una decena de veces (si es que llegaban a tantas) con Joaquín Zozaya, y siempre ante el mostrador del Veedor, ese establecimiento tan gaditano, a partes iguales bar, ultramarinos y mentidero. Y desde que establecimos un poco de confianza comenzamos un provechoso, y deleitoso, intercambio de opiniones. Militar de formación, se podría usar con él la típica definición de que su pensamiento y sus ideas estaban en las antípodas, o casi, de las mías. Pero eso no hacía más que incrementar el disfrute de las discusiones, porque las presidían la educación y el respeto, pese al tono felizmente apasionado y opuesto. La buena manzanilla (en su caso, el Ribera del Duero) también ayudaba, es verdad.

Su desaparición, por eso, la he sentido como una pérdida, porque no había en sus palabras, ni asomaba en sus gestos, ningún atisbo de querer hacer desaparecer al contrario. O al menos, eso me parecía a mí. Diría que ha sido también una pérdida para este país, que no anda sobrado de gente capaz de escuchar al mismo tiempo que defiende ardorosamente sus argumentos. Y cualquier baja en las filas de los dialogantes hace más posible la derrota de la razón, esa que parece atisbarse entre tanta reivindicación desaforada y bandera (de bando).

En verdad, soy un hombre con suerte, y tengo entre algunos de mis mejores amigos a gente así, personas del otro lado del pensamiento político con las que el nivel de intimidad es tan grande que ya nos podemos arrojar cariñosamente uno al otro los calificativos de ‘rojo’ y ‘facha’ con la única intención de reírnos y de afirmar posiciones cuando hablamos de política, y de la vida en general. Y tengo la certeza de que no romperemos nuestros lazos por eso.

Y por eso espero, yo que no rezo, que me duren por mi bien y por el de este país, que sus pasos en esta tierra sean muchos y sanos, que a ser posible me sobrevivan y que así les dé tiempo a comprender lo equivocados que están, dónde se encuentra la verdad y, consecuentemente, cambien de ideas (y ahora es cuando yo debería poner un jajaja o un emoticono de carita llorando de risa).Y la próxima manzanilla en el Veedor se brindará entre todos y en autohomenaje a gente así.

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