A Miquel Roca y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón habría que perseguirlos donde vayan para disfrutar de su experiencia. Los dos padres vivos de la Constitución del 78 aceptaron emocionados el premio del Colegio de Abogados en honor a José Pedro Pérez-Llorca. Pero sus sentimientos no les impidieron reconciliarnos con la política con mayúsculas. Hoy la clase dirigente, en lugar de tender puentes, como ellos hicieron, prefiere alimentar la polarización de la sociedad, y no parece muy dispuesta a tomar nota. De la provincia no faltaron los políticos que crecieron con ellos, caso de Teófila Martínez y Manuel Jiménez Barrios, pero entre los jóvenes hubo ausencias notables, cuando no cabían muchas excusas.

Los dos premiados hicieron un precioso dibujo de su amigo José Pedro. Y cuanto más destacaban su "inteligencia" y su "visión de futuro", peor retratada salía la generación actual, ante la inevitable comparación. Una clave la ofreció Herrero y Rodríguez de Miñón: "Nosotros no entramos en política para huir de la cola del paro". Casi todos ellos poseían un currículo excepcional y tenían la vida encauzada cuando entraron en política, sólo para unos años. Esto también lo tenían claro. Nadie sin estudios y sin algún bagaje solía aspirar a un cargo público, sencillamente, porque los partidos no lo contemplaban. Siempre se destaca la capacidad de los ponentes de la Constitución para ponerse en la piel del rival renunciando a cuestiones partidistas. Pero no menos importante eran su preparación y su talante.

Entre nuestros gobernantes, en cambio, el currículo medio es mucho más modesto. Hoy es más raro oír a un dirigente ofreciendo una conferencia sobre asuntos que preocupen a la sociedad. Y tampoco se prodigan escribiendo artículos de pensamiento. Por lo general, nuestros representantes se abonan a la política tacticista y se limitan a hablar para la prensa. Algunos ni eso. Les encantan las continuas cortinas de humo sobre asuntos que a la mayoría le son indiferentes. Lo mismo da un 'pin parental' que el lenguaje inclusivo, que aburre a los propios académicos. Un alcalde gaditano comentaba recientemente que le criticaron un día "por hablar normal". "Tras un acto se me acercó una señora y me pidió un lenguaje inclusivo, algo que respeto, ¿eh? Pero me llamó la atención, porque hablé bien. Al final lo haré para que no me riñan los míos", bromeó.

Así de entretenidos están nuestros gobernantes gran parte del día: "Asistentes y asistentas, amigos y amigas, fiscales y fiscalas...". Eso sí: sin dar tregua al rival. Lo que mejor se les da es mantener la tensión apelando a los sentimientos con tintes dramáticos, como si se les fuera la vida con cualquier pamplina. Contó Roca que José Pedro, tan prudente, si observaba que algo se torcía en las negociaciones, movía levemente la cabeza de izquierda a derecha y decía: "Bueno, bueno..." No le hacía falta más, ni descalificar, ni intrigar, ni alterar el tono. "¿Bueno qué, José Pedro, qué te preocupa, hombre?", le respondían. ¿Alguien imagina a nuestros líderes tratando de fijar pactos sobre Cataluña, educación o las pensiones y que cuando alguno no lo vea claro diga 'bueno, bueno'...? No sabrían ni cómo empezar.

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