Todos nos identificamos con la Transición hasta que Pablo Iglesias, el progre a tiempo parcial más famoso de Galapagar, impugnó "el régimen del 78". La mayoría se abrazó a la reconciliación que sellaron nuestros padres, y a nadie se le ocurrió enmendarles la plana. Ni el PCE de entonces, que lo rubricó de su puño y letra, ni la actual IU han cuestionado aquel consenso. ¿Con qué argumentos se atreve ahora UP a sacar el guerracivilismo a pasear 40 años después? Lo grave es que el PSOE ha dado alas al nuevo ansia revisionista de nuestra historia tensionando el ambiente: primero fue Zapatero y ahora es Pedro Sánchez el que disfruta rebañando nuestra memoria, no se sabe si con la idea de llegar a la Hispania romana. ¿A qué viene ahora que el presidente reivindique la figura de Largo Caballero, al que la república burguesa se le quedaba tan corta con su afán revolucionario, que sus detractores lo llamaban el Lenin español? Para no ser menos, la derecha se ha subido a esta nueva ola de locura, y en ambos lados existe cierto grado de maniqueísmo: la izquierda aplica la ley de memoria a la carta para zurrar al rival, y la derecha reacciona con el mismo fin. En lo único que coinciden los españoles es en que todos han puesto muertos en las cunetas, las trincheras y en las pareces de los cementerios, y en que la II República no logró triunfar y al final fue repudiada incluso por algunos de sus padres espirituales ("No es esto, no es esto", musitó Ortega y Gasset).

El éxito que se puede atribuir a los radicales de la izquierda no es otro que el nacimiento de Vox por el ala más ultra de la derecha, gracias a sus denodados esfuerzos por crispar la sociedad. Al contrario que los líderes del PP, que se han dejado vapulear cada vez que les llamaban franquistas, los de Vox han entrado al trapo, en no pocas ocasiones, alimentando la bronca con más sal. Tú me sacas a Franco y a Primo, y yo te hablo de Lenin y Paracuellos. Como si ninguno hubiese leído a Hugh Thomas hasta decir basta porque la boca te sabe a sangre viendo las matanza en ambos bandos.

Hay que admitir que si no es por extremistas de izquierda tan dogmáticos como Martín Vila frente a un pasado que no vivió, el ex general Agustín Rosety jamás habría sido diputado por Cádiz para alzar su voz con su aire nostálgico y caduco negando evidencias como la del golpe militar o alzamiento del 36. Una cosa es señalar las contradicciones de la izquierda y otra hacer apología del franquismo. ¿Qué haría Vox si alcanza el poder: retirar la escultura de Alberti en El Puerto por señalar en su día a los fascistas? Los pemanes y los albertis juegan con fuego y están enterrando otra vez el espíritu de Chaves Nogales, el mejor defensor de la tercera España. Hemos aprendido más de las dos grandes guerras que de la nuestra, que tanto nos cuesta olvidar. Que haya que aclarar hoy lo que pasó hace 90 años es un triunfo de los exaltados. Y su gran mérito es vivir en un doble plano entre lo ideológico y lo real sin asumir sus incoherencias. Los que lideran el nuevo comunismo de salón son tan mediocres que te atacan al dictado de su manual si te gusta vivir bien sin pedir perdón a sus feligreses. Estos mismos personajes, si tus ideas son progres, aunque sean impostadas, te concederán el carné de buen ciudadano. A los más reaccionarios, en cambio, les encanta acudir a misa para darse golpes en el pecho sin bajarse del caballo. No es que sean incapaces de evolucionar, es que no les gusta. Tampoco les interesa la reconciliación.

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