Hijo errejonista

Aunque no tengan aún edad de votar, nunca es pronto para interesarse por los destinos del país

Mis hijos, tan pequeños, vibran con la política y a mí me encanta. Veo a los niños de otros entusiasmados con el fútbol, con sus camisetillas oficiales, y también me parece bien, pero quizá sea más sano preocuparse por el futuro de España que idolatrar a los cracks de la pelota, aunque tampoco hay que elegir. Me influye que fui un niño de la Transición, como otros fueron, pobres, niños de la guerra, y en mi preadolescencia había una gran efervescencia política en los patios de los colegios y en las sobremesas familiares. Luego se apagó y durante muchos años he comentado a mis alumnos que, a fuerza de indiferencia, se perdían un campo apasionante de pensamiento, debate, estudio y concienciación. Eso haría sus vidas todavía más interesantes de lo que ya, sin duda ninguna, son. Encima, el pasotismo hace que luego, cuando llega la hora inevitable de la política, se arrimen a los tópicos ideológicos más comunes y fáciles. Por defecto, como dirían los informáticos.

No será el caso de mis hijos, que desde muy chicos están pendientes. Mi hijo, con siete años, tenía sus dudas sobre si Vox era bastante conservador o psé. No hay que olvidar que un día se dirigió a su profesor de robótica, le dijo que lo sentía, pero que tenía que decirle algo que no le iba a gustar nada de nada y le susurró: «Odio eterno/ al mundo moderno». Ahora, con ocho años ha dado un bandazo ideológico y se ha hecho errejonista.

Por supuesto, en casa lo hemos aceptado con la tolerancia y el respeto a la libertad de pensamiento y de expresión que nos caracteriza. Estábamos entrenados porque tengo un hermano de izquierdas, que en las municipales fue en las listas del PP. El detonante del cambio de cosmovisión de mi hijo ha sido que Más País proponga fines de semana de tres días. Le parece una medida extraordinaria, social y democrática ¡y de Derecho! Eclipsa a cualquier otra promesa electoral.

Ahora, cada vez que leemos el periódico, comentamos las encuestas o discutimos las propuestas y las posibilidades, pregunta qué hay de su Íñigo. Me insta a dedicarle un artículo ya. Supongo que lo ve como un compañero de clase especialmente avispado. Yo le digo que él no es partidario de Errejón, sino del ocio aristotélico, que es otra cosa, pero me recuerda que Aristóteles no se presenta a las generales. Me ha convencido de que las propuestas de Errejón tienen un indudable tirón electoral, en una franja de edad.

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