Hijo del Sur

Aun desde la lejanía, cada vez más extemporáneo, Cansinos seguía sintiendo el fulgor de la antigua llama

Ya en el opúsculo pionero de Abelardo Linares, Fortuna y fracaso de Rafael Cansinos Assens, publicado en 1978, cuando el poeta, editor y librero era un joven fascinado -no ha dejado de estarlo- por los raros y olvidados de la Edad de Plata, se aludía a las "páginas de encendida y melancólica nostalgia" que dedicó el gran retratista de la vida bohemia a su ciudad natal, casi nunca nombrada pero siempre presente en las obras que evocan su infancia y adolescencia en el Mediodía. Huérfano de padre, Cansinos emigró a Madrid con su familia a los quince años y, como suele recordar su devoto hijo y albacea, Rafael Manuel, se movió el resto de su vida en un radio que no fue más allá de los cinco kilómetros desde la Puerta del Sol. Pero nunca se olvidó de su "tierra florida", a la que rinde emocionado homenaje, con su prosa también florida, en narraciones, estampas líricas, ensayos y estudios críticos, partes de una obra monumental que al margen de La novela de un literato -tal vez el mejor libro de memorias del siglo XX español, y desde luego el testimonio más valioso de las décadas de anteguerra- contiene muchas sorpresas. Por aludir a algunos de los escritos menos citados, releíamos estos días los cuentos de El llanto irisado (1924) y entre ellos encontramos dos muestras de esa nostalgia inextinguible: El poeta maldito, que transcurre "allá en la provincia", donde un viejo taciturno, "a pesar de sus años, de su saber y de su incredulidad", se conmueve al recordar las procesiones del Corpus, y El hijo del Sur, donde se habla de un exiliado que "tenía en su corazón toda la llama de aquel sol que caldeara su infancia, modelándola como en un vivo fuego". El fuego de los días de la niñez no dejó de arder en el corazón de Cansinos, en su arrebatada juventud de modernista enfrentado a la "gente vieja", en su madurez -todavía joven, pero ya con "mil años" a sus espaldas- de apóstol y caricaturista del Ultra, en los tiempos del temprano retiro o en los postreros del completo aislamiento, cuando en Madrid, la ciudad del millón de cadáveres, hacía más frío que nunca. Como otros intérpretes del Mediodía, palabra de época, que no condescendieron al localismo y mostraron distancia o rechazo de los tópicos costumbristas, pensemos en el primer Chaves Nogales, Cansinos tenía una visión idealizada y a la vez crítica del Sur, nacida de la vivencia pero también, en tanto que deudora de una tradición, impregnada de literatura. Aun desde la lejanía, cada vez más extemporáneo, inmerso en sus oceánicas traducciones o en la redacción de sus maravillosos "recuerdos sin numerar", el anciano literato seguía sintiendo el fulgor de la antigua llama.

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