Hibris y Némesis. Nombres siempre juntos en la mente de todo buen aficionado al paraguas griego (más bien, sombrilla; más bien, carpa militar). Son conceptos (dicta mi repelente interior) asociados al destino, que era una figura con gran predicamento en la antigüedad. Si pretendías salir más allá de lo estipulado para ti, los dioses te hacían tomar dos tazas de caldo de tu propia desmesura: Némesis te invitaba a un crucero de ida por los acantilados de la locura. El ansia de venganza o de poder -era la moraleja de todo esto- nunca queda sin castigo. Es una enseñanza que late en muchos mitos grecolatinos, en los rincones lúgubres de Shakespeare. Esos eran los dominios del hibris: nunca se me había ocurrido actualizarlo, pensar que tenía aliento más allá de los mares violeta y de la medida por medida. Su aplicación a la mente humana era poco más -pensaba- que una especie de licencia poética. Y llega la realidad y te sorprende.

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