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Cambio de sentido

Hartos de prodigios

Desde 'La Ilíada', que comienza con una epidemia y una trifulca entre líderes, la cosa no ha hecho más que empeorar

El cansancio no sólo es uno de los síntomas de quienes padecen la Covid, sino también de quienes, aunque no nos hemos infectado de momento, padecemos la pandemia en forma de órdenes, contraórdenes, protocolos, resoluciones, barroquismos burocráticos, disparates, esperpentos patrioteros, pesadez desinformativa, propaganda institucional, artimañas políticas de lo más bajuno, mucho ruido. Nos tienen reventados, y no dan tregua, no meten ni un anuncio. "Cuentan que Ulises, harto de prodigios,/ lloró de amor al divisar su Ítaca", escribió Borges. Así es como estamos las gentes del común, hartas de prodigios. Por motivos de salud e higiene mental, no nos queda otra que llorar de amor al divisar la Ítaca de cada cual: su playa, su biblioteca, las macetas, los amigos… Todo lo demás, tanto prodigio suelto, nos tiene ahítos. Padecemos no sólo el virus. Padecemos bajo el poder y la sobreinformación que desinforma. Toda me voy consumiendo.

El pasado sábado fue el Día de la Salud Mental. Dicen que este delirio que vivimos se está transformando en agotamiento emocional, ansiedad, estrés, depresión. Insisto: no se trata sólo de la tensión psicológica que genera el miedo a enfermar. Esta aflicción tiene que ver con el sistema y su mal funcionamiento (todo está mal hecho si no es posible ralentizar el ritmo del mundo unos meses), con el egoísmo cotidiano y la infantilización de las masas, con la incoherencia como animal de compañía, con el circo de tres pistas que tienen montado los charlistas en torno a esto, con la desconfianza que sentimos en quienes toman las decisiones. No solo el virus; las autoridades también pueden dañar gravemente la salud.

Pero no sólo nosotros estamos ya exhaustos. Al muñeco del ventrílocuo se le están gastando las pilas. Asistimos boquiabiertos a intervenciones públicas de políticos que ya no dan pie con bola, desbarran, pero no pueden detenerse, hay que seguir haciendo todo este ruido infernal para que parezca que se dice algo. Celebro que la mayoría de los políticos apenas lean (no hace falta más que escucharlos para inferirlo). De saber lo que se dice en los libros, invertirían menos todavía en fomento de la lectura. Anoche, harta de prodigios, me eché gustosa a releer el Canto I de La Ilíada: como saben, comienza con una gran epidemia y una trifulca entre Agamenón y Aquiles por sus asuntitos de botín. Desde entonces, ya ven, la cosa no ha hecho más que degenerar.

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