Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Haga barrio, por su bien

Alterne, le propongo, la compra en gran superficie y la de Amazon con la de cercanía

Un barrio es un pueblo pegado a otros pueblos que también son barrios. En el que yo vivo, ya en tercera generación de mi familia, en los tiempos de mi abuela cuando alguien iba al centro de la ciudad se aviaba y se anunciaba como quien iba a la capital desde la sierra, aunque la distancia fuera de un par de kilómetros y medio. El barrio y los pueblos se parecen en sus formas externas: cuando era pequeño, salteadas entre las casas, había en el mío una parroquia, cuatro colegios, tres farmacias; carnicería, frutería y pescadería; electricistas, zapateros, fontaneros, practicante, modista y tres tiendas de ropa; pintores y carpinteros; una o dos panaderías y un buen puñado de bares. Allí, ya ven, había de todo, y resulta para mí un asunto digno de indagación el cómo se mantenían tantos servicios en un sitio en el que todos se conocían y hasta acababan casándose, o sea, en un barrio cuya densidad de población era -y casi es aún- realmente baja, en el que al llegar la canícula las calles se despoblaban hasta recrear un Macondo de Cien años de soledad a la hora de la siesta.

Hace un par de décadas, el barrio se puso, con razón, de moda entre gente adinerada, y subieron los precios de sus bonitas casas -no pocas, avejentadas- una barbaridad. La mayoría de los nuevos vecinos creyó que aquella barriada singular merecía convertirse en una urbanización de postín y al nivel de la pila de millones invertidos en adquirir y reformar su propiedad. En una urbanización, a diferencia de en un barrio, no se relaciona uno más que lo justo, y perros de raza, alarmas, muros recrecidos y hasta exóticas mucamas con uniforme transforman la apariencia del lugar común, que deja de ser tal para convertirse en un conglomerado de viviendas aisladas. Los servicios que hacían barrio y daban empleo cercano que quedan son heroicidades, quizá en vías de extinción. La gente de la urbanización, en mayor medida que la de barrio con la que convive -es un decir-, va en grandes carros alzados en grandes ruedas a llenar grandes carros de la compra en un gran centro comercial como si se temieran una gran guerra nuclear.

Espero que anteayer tuviera usted un buen día de la Constitución, que me recuerda ahora a mi barrio en aquella decadencia. Alterne, le propongo, la compra en gran superficie y la de Amazon con la de cercanía, que es como se llama hoy a los establecimientos de vecindario. Quizá a la larga se sienta más seguro y querido, y no tendrá que contarle cada semana, tumbado, su vida a un psicoterapeuta que vive en un distrito cuyo número es cinco dígitos más céntrico que el suyo.

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