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LA dimisión de Luis Pizarro como consejero de Gobernación y Justicia de la Junta marca la línea de no retorno en la ruptura entre el presidente de la Junta, José Antonio Griñán, y su predecesor, compañero y amigo, Manuel Chaves, que fue precisamente quien lo aupó como sustituto suyo. Paradojas de la vida y enigmas de la política.

El origen inmediato de esta crisis está en Jerez. Concretamente, en la operación promovida por el secretario provincial del PSOE, Francisco González Cabaña, para abortar la candidatura de la alcaldesa jerezana, Pilar Sánchez, desplazándola por un independiente... después de haber sido ya avalada por Griñán. La increíble maniobra fue respaldada por Manuel Chaves. Por aquellos días Chaves fue al cine con Griñán (esta amistad tiene ya síntomas patológicos) y no le comentó nada.

El presidente de la Junta se ha tomado pocas semanas para responder al ataque: ordenó la destitución de Gabriel Almagro como delegado de la Junta en la provincia de Cádiz. Se materializará hoy, según le anunció ayer la consejera de Presidencia a Luis Pizarro. Era más de lo que éste estaba dispuesto a aceptar. No le faltan razones: es una tradición que en el nombramiento de delegados del Gobierno andaluz se respete bastante la voluntad de las organizaciones provinciales. Aquí no se ha respetado. Más aún, el nuevo consejero de Gobernación será Francisco Menacho, viejo enemigo de Pizarro.

Pero lo de Jerez es sólo el detonante. El origen real de esta crisis se remonta a la fallida transición de Chaves a Griñán como jefe de la autonomía andaluza. Griñán formó un gobierno de integración y accedió a que Chaves siguiera siendo secretario general del PSOE-A, con Pizarro como controlador real de la organización. A los pocos meses se dio cuenta de que el gobierno no le servía y de que necesitaba asumir también la dirección del partido. Forzó un congreso extraordinario, en el que se deshizo de Pizarro -es decir, de Chaves-, y designó un ejecutivo también sin chavistas. Sólo respetó a Pizarro, dándole Gobernación y Justicia.

Las cosas no le han ido bien. En el partido, Rafael Velasco, su hombre de confianza, el nuevo Pizarro, tuvo que dimitir acosado por un presunto caso de tráfico de influencias. En la Junta, su gran proyecto, la nueva ley de reordenación de la función pública, provocó la mayor movilización de funcionarios que se recuerda y varios recursos ante los tribunales, y desde hace meses, y probablemente hasta las elecciones, su máxima preocupación es el escándalo de los ERE, heredado de la época de Chaves, pero que pagarán él y los suyos.

Con la cuarta crisis en dos años como presidente de la Junta Griñán borra las huellas de quien le puso en el cargo. No hay retorno.

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