La firma invitada

José María García León

Gregorio Marañón, 50 años después

EN el presente 2010 se cumplen ahora cincuenta años de la muerte de Gregorio Marañón, una de las figuras españolas más brillantes de nuestro siglo XX. Hecho este que está pasando hasta el momento, si no casi desapercibido, sí en medio de esa apatía tan habitual en nuestra memoria colectiva, a la que, desafortunadamente, siempre se adereza con las inevitables gotas de sectarismo.

Médico destacado, internista y endocrino, académico (de las cinco grandes Academias Nacionales) e historiador, su producción científica y literaria asombra por su fecundidad y originalidad.

Ahí quedan su Manual de Diagnóstico Etiológico, sus ensayos históricos sobre Tiberio, el Conde Duque de Olivares, Antonio Pérez…y cómo no, su magistral prólogo al "Cádiz de las Cortes" de Ramón Solís, por citar tan solo unos pocos ejemplos. De paso, digamos que la madre de Marañón, Carmen Posadillo, había nacido en Cádiz.

En cuanto a su faceta política, fue uno de los grandes artífices de la llegada de la Segunda República, junto con Ortega y Gasset y Pérez de Ayala. En su propio domicilio, Niceto Alcalá Zamora, futuro Presidente de la República, y el Conde de Romanones, en representación del Rey, acordaron el 14 de abril de 1931 la salida de Alfonso XIII de España al atardecer de ese mismo día.

Incluso fue diputado, aunque, prontamente desengañado, como le ocurriera también a Ortega y Gasset, nunca abrió la boca en las Cortes; es más, por Madrid circuló un librito con sus discursos, naturalmente en blanco. Apenas iniciada nuestra Guerra Civil, en compañía de Menéndez Pidal, abandonó aquel Madrid de 1936, tan desbordado ya por los acontecimientos.

A pesar de todo, fue uno de los que creyeron en que la República hubiera poder sido la gran solución modernizadora para una España, donde la monarquía había cumplido ya su ciclo. Pero, católico y liberal, fue un republicano sin República, como muchos otros españoles del momento, al quedar ésta ahogada por los extremismos.

Se autoexilió en París, donde presenció la entrada de las tropas nazis y donde siguió trabajando en su ingente labor médica e histórica. Su hijo, en cambio, permaneció en España, combatiendo como alférez provisional en el ejército de Franco.

Entre el recelo y la maledicencia de unos pocos, y el respeto y la admiración de la mayoría, regresó en 1943 a una España privada de gran parte de sus grandes talentos, que el exilio o la muerte les había arrebatado, pero en la que empezaban a emerger otros nombres de relieve, como Camilo José Cela, Buero Vallejo, García Berlanga o Miguel Delibes. En esa España de posguerra siguió su labor con la misma intensidad de siempre, al principio discretamente, para, en seguida, seguir gozando del reconocimiento general.

En 1946, el joven y dinámico ministro de Trabajo, Girón de Velasco, le ofreció dirigir el Instituto de Medicina, Higiene y Seguridad del Trabajo, un puesto que él digna y prudentemente rehusó.

Se le ha querido identificar como el paradigma del liberalismo, (él mismo se definió como "un liberal convencido") cuando más bien fue un hombre que actuó siempre llevado por ese difícil equilibrio entre la firmeza de sus convicciones y el respeto a los demás.

Por ello, en una época como la nuestra, de tantos referentes de cartón piedra, evocar su figura, tanto desde el punto de vista humano como científico, cuanto menos, supone una bocanada de aire fresco.

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