Laurel y rosas

Juan CArlos Rodríguez

Del "Greco" que tuvo Chiclana y otras pérdidas

MUCHO antes de que el académico Antonio Ponz publicara en el último tomo -el XVIII- de su "Viage de España" (1794) aquella frase de tanta fortuna -"La villa de Chiclana es el desahogo y quitapesares de los vecinos ricos de Cádiz"-, la ciudad llevaba ya algún siglo ejerciendo de "jardín de Cádiz", que es como, ya he contado alguna vez, el párroco de la Iglesia Mayor, Nicolás Martínez, la describió en 1814. Quiero volver a Ponz no por aquello que dice, precisamente, del templo ahora bicentenario: "Se está haciendo una iglesia parroquial, que es la única, con proporción al Pueblo, y la dirige el arquitecto don Torcuato Benjumeda, quien ya ha dado pruebas de que sigue el buen camino del Arte"; sino por lo que escribe a continuación: "Los comerciantes de Cádiz y otras personas ricas han edificado muy buenas casas en esta Villa por lo que toca a comodidad, y la de D. Alexandro Rizo puede entrar en la clase de un gran Palacio, con magnífico patio y escalera; muchas columnas, galerías, grandes salas y otras conveniencias". Aquella casa-palacio del rico comerciante gaditano, de ascendencia genovesa y marqués de las Cinco Torres, cuyo nombre hoy transcribimos como Alejandro Risso, fue luego la Casa hospicio de San Alejandro y, derribada, se construyó sobre su misma parcela el actual ayuntamiento entre 1927 y 1928, en el que en su fachada el arquitecto José María Plaja y Tobía quiso, al menos, imitar el esplendor del palacio que impresionó a Antonio Ponz. En aquella Chiclana del siglo XVIII, el presbítero Pedro García del Canto, cuyo testimonio ha rescatado Jesús Romero Montalbán, llega a escribir en 1781 que "las familias de Cádiz han labrado a la moderna más de 130 casas".

Aquel esplendor arquitectónico, más que menos, ha desaparecido. En sus "Escenas y tipos matritenses", Ramón Mesonero Romanos hace decir con humor a una Marquesa venida a menos en plena discusión por el realquiler de una casa en Madrid: "¿Yo, doña Mencía Quiñones Rivadeneira Zúñiga de Morón, he de pedir fianzas a nadie? ¿Y para qué? ¿Para una fruslería como quien dice, para una habitacioncilla de seis al cuarto que cabe en el palomar de mi casa de campo de Chiclana?". Casi todas esas casas las hemos perdido -por mucho que el centro esté hoy protegido como Bien de Interés Cultural, hemos llegado tarde como nos ha sucedido demasiadas veces en la Historia-, y con ellas prácticamente todo lo que atesoraban: incluida la magnífica colección de arte del obispo Lorenzo Armengual de la Mota, con el famoso "Éxtasis de San Francisco", una de las obras cumbre de El Greco, hoy propiedad del Obispado de Cádiz-Ceuta. Habitualmente se puede ver en la capilla del Carmen del Hospital de Mujeres en Cádiz y, ahora mismo, es una de las estrellas de la gran exposición "Greco: Arte y oficio" con la que Toledo celebra el IV Centenario de su muerte.

Esa obra deslumbrante, escribe el historiador Pablo Antón Soler, Armengual de la Mota -obispo ilustrado nacido en Málaga, de refinado gusto artístico y que llegó a ser presidente del Consejo de Hacienda de Felipe V, capellán y vicario general de la Real Armada del mar Océano- "la trajo de Madrid y tuvo en el palacio de Chiclana". El año de ese traslado se desconoce, aunque Armengual fue nombrado obispo de Cádiz en 1715, año en el que deja la capital de España y pasa a residir en Cádiz. No se sabe cuando se establece en nuestra ciudad, aunque en su palacio arzobispal de Chiclana fallece bajo la mirada de ese gentil San Francisco pintado por el Greco entre 1600 y 1605. Seguramente, aquella casa-palacio es la que hoy conocemos como Casa de las Palomas, o aquella otra casa frente a la de don José de Retortillo, conde de Torres, que fue "residencia accidental" más de un siglo después, ya en 1899, de otro obispo, José María Rancés y Villanueva. Ese desconocimiento lastra nuestra historia. Armengual de la Mota dejó a su hermana aquel tesoro artístico -672 obras, incluidos lienzos de Murillo, Alonso Cano o El Bosco, y en donde predominada la pintura costumbrista- repartidas entre sus casas de Madrid, Cádiz y Chiclana. Hoy, casi toda aquella herencia está en Madrid, muy poco en Cádiz -al menos, su sobrino dejó el Greco al Obispado en 1747- y nada en Chiclana. Así se reparte la suerte.

No dice Ponz nada acerca de que la costumbre de los ricos comerciantes gaditanos -y podemos citar a muchos otros, como los Vea-Murgía, cuya casa afortunadamente se mantiene como ejemplo de arquitectura civil neoclásica- también era de los obispos de la diócesis de Cádiz. Basta con leer a Romero Montalbán para saber que desde el siglo XV, la villa fue Casa de la Silla y Mesa Capitular, es decir, una asiento del obispado y sede recaudatoria de la diócesis. El primer obispo en establecerse en Chiclana fue Gonzalo de Venegas, fallecido en 1493, del que se ignora donde estuvo con exactitud su casa, seguramente en el entorno de la Plaza Mayor. Nada que ver con aquella otra "Casa del Obispo" en la calle San José -derribada por supuesto- que ocupó el obispo "dimisionario" Fray Félix María de Arriete y Argote hasta su muerte en 1879.

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