Nos conocemos bien porque son muchos los años de convivencia que así lo avalan. Siempre nos hemos cuidado, querido, reído, amado, apoyado, respetado y enseñado. Pero en estos días de jornadas intensivas, de 24 horas sin descansos, de mañanas, tardes y noches que se suceden al ritmo de marmotas, necesito agradecerte que me sigas soportando y que hagas no sólo más llevadera, sino divertida, interesante y agradable esta larga espera para ver el horizonte de nuevo de eso que llamábamos normalidad. Gracias por todos esos gestos, por tu sonrisa, por tus comidas, gracias por interesarte por cada cosa que te digo, por seguir ahí, por los postres y las meriendas, por mirarme así, gracias por cuidarme, por espantar mis pájaros y mis nubes –tanto las blancas como las negras–, gracias por las consecuencias en mí de tu existencia, porque contigo, aunque mil confinamientos vengan, creo que seguiría sintiéndome feliz.

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