La AZOTEA de

Pedro Ingelmo / Pingelmo@ Grupojoly.com

Gorros

OH, Diooos... Desperté de mi primera cena navideña de empresa en un lugar desconocido con un sombrero mexicano en mi cabeza y el codo de un compañero en la yugular. El suelo del piso estaba pegajoso de alcohol y abandoné el campo de batalla sorteando brazos, retumbándome en el cerebro las rancheras con las que el más rijoso de la reunión, uno de los veteranos empleados, ya amaneciendo, había cerrado la noche. Luego vinieron muchas más cenas navideñas, en las que el rito se mantenía y amanecía con distintos gorros en distintos lugares. Cada año era un nuevo veterano el que cerraba la fiesta con coplas por carnaval, por cantiñas, por malagueñas, por tangos... Cuando en la última cena navideña vi al joven sentado en el sofá dando cabezadas luciendo unos cuernos de alce de fieltro y me descubrí cantando 'vivir así es morir de amoooor', comprendí que mi carrera laboral había terminado. No había ningún gorro en mi cabeza.

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