Eso de que los gaditanos nacen donde les da la gana se nos ha ido de las manos. El último, Grande-Marlaska. Un "gaditano de Bilbao", en un forzado guiño a la provincia por la que le presenta su partido, el PSOE, a las elecciones generales. Y en esas estamos. A medida que crece la nómina de gaditanos de Cortadura para afuera, decrece la de los de dentro. Si todos los que dicen ser gaditanos se empadronasen y tributasen en Cádiz, esto sería otro cantar. Una ciudad próspera, oigan. Pasa que muchos de estos gaditanos virtuales llegan, se dan una vuelta, jijí jajá, la copita, la tortillita de camarones, la fotito en La Caleta (descubierta ahora a pesar de que lleva ahí desde los fenicios) y vuelta para su tierra. Mientras, los autóctonos aguantamos lo que nos echen durante doce meses y a poner buena cara. Y tampoco vamos por ahí diciendo que somos guadalajareños o tarraconenses de Cádiz. Ni falta que nos hace.

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