De vez en cuando, la impresión que genera este país, y no sé si el mundo mundial, es que el futuro que vamos a dejar a los que nos sucedan no será mejor que el presente. La percepción es que algunos avances sociales, algunas evidentes mejoras de esta sociedad tan incompleta, pueden perderse si no andamos con cuidado, si en el fragor de tantos dimes y diretes actuales se imponen aquellos a los que la libertad les sigue produciendo una antidemocrática reacción alérgica y precisan urgentemente de una buena dosis de la vacuna más tolerante que se pueda fabricar. Una vacuna que acabe de raíz con el odio y el rechazo que generan esas actitudes partidistas que siguen prefiriendo el pensamiento único a la pluralidad de ideas y opciones personales. Encasillar a las personas, a sus ideas y opciones, sólo conduce a su exclusión, a un renovado y sutil apartheid que no cabe en ningún futuro.

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