Suelen decir quienes no ven en el fútbol un deporte atractivo, que extrañamente los hay, que se trata de un juego que consiste en ver a 22 tíos corriendo detrás de un balón. La definición, donde tío se cuela como un vocablo despectivo, es técnicamente correcta. Y, a veces, hasta tácticamente. El fútbol, por muchas razones, siempre está en el punto de mira para bien o para mal, sobre todo por sus excesos, que son evidentes y cuantiosos. En estos días se discute sobre el regreso de la liga, de la competición estancada a falta de once jornadas, y se protesta, con razón, por la diligencia con la que se quiere hacer una batería de tests que ya quisieran para sí otros sectores laborales y económicos más esenciales. Detrás de esa prisa no está el juego ni el espectador, como se demuestra con el sinsentido de jugar sin público, sino los suculentos contratos televisivos y la presión de las vampíricas casas de apuestas.

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