La que fue candidata a la alcaldía de Cádiz en las últimas elecciones municipales por el PSOE, Marta Meléndez, lleva semanas defendiéndose de un duro artículo, firmado por mí y titulado Funcionaria Meléndez. Asegura que en él se vertían mentiras sobre su trayectoria profesional. Al igual que yo afeaba algunos episodios de su vida laboral, ella pone en duda mi profesionalidad. Está en su derecho. Afirma que mi texto roza la calumnia. Yo no sé si la calumnia se roza. Se calumnia o no se calumnia. Afirma que no he contrastado la información. El texto no era una información, sino un perfil de un personaje público, lo que incluye valoraciones. Los datos son datos. Ya estaban publicados. Y las valoraciones no se contrastan. Se puede estar de acuerdo con ellas o no.

En realidad, Marta Meléndez paga por otros la censura a una casta política, bautizada como élite extractiva por César Molinas, que, con la que está cayendo, sigue elevando a la esfera pública intereses particulares y exhibe ambición con una falta de pudor que deja boquiabierta a la ciudadanía. En ese sentido, Meléndez no está, ni siquiera, en un lugar medio del ranking, pero un hecho la situó en el punto de mira.

El pasado 12 de marzo Meléndez usó el salón isabelino de las dependencias municipales para hablar de un asunto privado: su despido del organismo público para el que trabajaba desde 2006, el ISE (Infraestructuras y Servicios Educativos). No entro en si el despido, debido a sus continuas ausencias por su tarea como concejal socialista, es justo o no. Es posible que el despido haya sido una vendetta política de sus compañeros de partido, no digo que no. Lo cierto es que llevamos años en esta provincia asistiendo a despidos masivos. Ninguno de esos trabajadores tiene la posibilidad de proclamar en una rueda de prensa en el Ayuntamiento lo injusto de una decisión empresarial. Además, Meléndez es funcionaria de Educación. Esto quiere decir que, de momento -ya que ha recurrido-, ha perdido su puesto de trabajo, pero no se ha quedado sin trabajo. No se va al paro. Su situación ni se aproxima a la que sufren muchas personas de su generación con su misma o más preparación en la provincia de los casi 200.000 parados.

Según Meléndez, su entrada en el ISE se debe a que encuentra en su taquilla del instituto una invitación del director provincial del organismo, Fernando Ameyugo, para que entregue su curriculum. Hablamos de principios del 2006. Ella aprobó las oposiciones en 2004, es decir, acababa de terminar el año de prueba y ahora tendría que iniciar el recorrido que todo funcionario de Educación tiene que realizar hasta acomodarse en un destino definitivo. La misma invitación, dice, la recibieron otros compañeros suyos de la rama de Formación y Orientación Laboral. Se supone que habría algunos más veteranos y con un curriculum más extenso. La cuestión es que, por las razones que sean, Ameyugo la escoge para una tarea mejor remunerada que la de profesor. Y entra en un lugar que ella califica de incómodo. La narración que hace en su blog de ese centro de trabajo es una peli de terror. Pero vamos a ver: si, como ella dice, lo suyo era pasión por la docencia, ¿qué hacía que no se dedicaba a eso en vez de aguantar en ese lugar caótico con un jefe que ella dice que no paraba de hacer chistes machistas y xenófobos? No tenía necesidad. Quizá fuera por su sentido del deber. No lo sé. Como tampoco sé por qué ahora busca ser readmitida en vez de, por fin, ocho años después, regresar a las aulas en las que, de manera intermitente, cubriendo sustituciones, etcétera, estuvo siete cursos -es decir, más tiempo fuera de la docencia que dentro-.

Hay un episodio anterior: la gran mentira, según ella. No miento, aunque cosas de la vida, tampoco miente ella. Y si se recoge en el artículo referido es porque fue un hecho que provocó dolores de cabeza en Educación y estuvo a punto de costarle el puesto a un inspector. Fue designada para un puesto específico en el IES La Viña cuando, en los destinos provisionales, le había tocado un pueblo de Almería. Eso provocó una denuncia del sindicato de interinos, el SADI, potente por la sencilla razón de que, por entonces, casi un 25% de la plantilla de Educación era interina. La denuncia, que iba contra todos, desde Cipriano Meléndez, padre de Marta Meléndez, responsable de personal de Secundaria, hasta la misma Consejería, no fue admitida a trámite. No llegó a los tribunales. Como ella dice, había ciento y pico profesores en su misma situación. Y se pregunta que por qué sólo salió su nombre. Caramba, es sencillo: ¡Porque era la hija del responsable de personal de Secundaria y ella era personal de Secundaria! Y no había nada irregular en ello, como no lo había en todas las cadenas de favores que se movían en la delegación de Educación y que cualquier persona familiarizada con el sector en aquella época conoce. En definitiva, el sistema era arbitrario. Lo diré en palabras del juez: "No existe normativa administrativa que permita dar cobertura legal a esta forma de provisión de puestos". ¿Por qué? Porque la normativa era "parca y poco detallada" y no contemplaba la modalidad de nombramiento por designación directa. Ese caso, que originó un auténtico follón, hizo que se miraran con lupa las designaciones directas desde entonces ¿Por qué fue escogida Marta Meléndez para La Viña y no otro? Eso no lo explica Meléndez, pero nadie ha dicho que fuera irregular.

El poder es información. Sobre si su padre tenía poder o no en Educación, invito a Meléndez a que se pase por la plaza Mina y pregunte a los más veteranos -algunos hablan muy bien de su padre y le tienen por un hombre trabajador, lo que no pongo en duda-. Lo que es seguro es que su padre tenía información porque todos esos puestos de Secundaria que respondían a una normativa "parca" acababan en su despacho.

No se adentra Meléndez en su paso por Diputación. También invito a la concejal socialista a que cuente la tarea realizada durante esos meses porque yo lo he preguntado en Diputación y nadie me lo ha sabido decir.

No conozco a Marta Meléndez, aunque observo en ella cualidades apreciadas en la política moderna: ruido y vocerío; hablar mucho y decir poco. En eso, admito, ni es la única ni tampoco es la peor (en el partido de enfrente hay verdaderos maestros de estas artes; en el suyo, ni te cuento: la competencia es grande). No dudo de su vocación de servicio público y estoy seguro de que sus años en la política han significado una mejora en la vida de la ciudadanía, aunque las batallas intestinas dentro de su partido, en las que ella se ha visto inmersa, no resultan edificantes. A cambio, algo ganamos: ahora volcará todos sus conocimientos, esfuerzo, trabajo y pasión por la docencia en sus alumnos.

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