QUE Messi es un genio del fútbol ya se sabía, pero ahora resulta que ni la guerra bacteriológica puede con él. El argentino, pobrecito, se levantó malito con gripe... pero fue llegar al Camp Nou para enfrentarse a Osasuna en Copa y se le fueron todos los males. Entonces, pobrecitos fueron ellos. Las malas lenguas tildan la enfermedad de Messi de cortina de humo para desestabilizar al rival (como si les hiciera falta) y ya piden para el culé el Frenadol de Oro por su mágico regate a la gripe, que hasta de los virus se escapa el tío.

No hay que darle más vueltas; si el 10 azulgrana está para jugar, tiene que jugar sí o sí, que para algo es el mejor del mundo. De hecho el próximo lunes, y salvo sorpresa mayúscula, el argentino recibirá su tercer Balón de Oro consecutivo, igualando a Platini y avanzando un pasito más en su carrera por ser reconocido como el mejor de todos los tiempos, si no lo es ya.

No tengo nada de culé, pero no hay más que rendirse a la evidencia. La perspectiva que aporta el paso del tiempo nos dirá que este Barcelona es el mejor equipo de la historia y además muy por encima de otros que han quedado grabados en el recuerdo, casos del Milán de Sacchi, la Holanda de Cruyff o el Real Madrid de la Quinta del Buitre. Por eso, un Balón de Oro para Messi se me queda corto, aunque en el premio vaya implícito el reconocimiento al equipo del ganador.

Porque Messi, que es imparable hasta para la gripe, lo tendría mucho más difícil sin las jugadas de Iniesta, sin la sobriedad de Busquets, sin la versatilidad de Cesc o sin los geniales pases de Xavi. El cerebro del Barça y la selección está entre los tres aspirantes y también sería de justicia que el premio fuera para él, pero si no se lo dieron después de levantar un Mundial... No, no se pueden dar veinte balones de Oro, ni siquiera once, pero Messi, cuando sostenga el trofeo el próximo lunes, debería acordarse de cada uno de ellos y darles las gracias, como hacemos todos los aficionados al fútbol más allá de los colores.