En la edición de ayer domingo, este periódico reprodujo en su página de efemérides la portada con la que hace 25 años se informaba de la muerte de Lola Flores. Una foto de primer plano del cadáver, en la floreada capilla ardiente madrileña que sería visitada por decenas de miles de personas, presidía aquella noticia de alcance que sacudió a muchos españoles que, literalmente, adoraban a la Faraona jerezana como lo que fue, esa arrolladora mujer que llegaba a la gente con esa forma de ser y de expresarse, tan franca y tan cercana, y que además llenaba el escenario con su estilo artístico propio e intransferible. Su rostro cadavérico ha sido uno de los últimos famosos mostrados públicamente en los medios. El suyo quedó para la historia, como antes hubo otros enseñados para que no hubiera duda de su óbito, en una imagen que hoy se antojaría casi imposible por el pujante esfuerzo por ocultar la muerte y sus consecuencias.

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