Yo te digo mi verdad

Fitur sí, pero

El pueblo vivo de verdad tiene un tesoro, y eso excitará siempre la curiosidad del buscador

Lo engo como una certeza desde hace años, y el alcalde de Bornos, en una entrevista en este Diario, ha venido en auxilio de mi tesis no divulgada: los pueblos necesitan industrias porque el turismo no es la panacea. Se refería al posible tratamiento que aplicar a la despoblación creciente de la Sierra de Cádiz, pero el argumento sirve para la mayoría de los casos. Ante la ausencia o escasez de recursos económicos, muchos piensan en atraer visitantes que, en la mayoría de los casos, dejan algo de dinero, cuando lo hacen, en bares o restaurantes. Es casi el único sector que se beneficia de este tipo de turismo.

Está bien, pero el turismo no es que no sea la panacea, es que en determinada manera puede ser un remedio peor que la enfermedad, o ni siquiera es un placebo. La cosa puede no llegar ni a tratamiento de alivio de los síntomas.

Los pueblos, si quieren permanecer, si desean no convertirse en amasijo de casas más o menos bellas sin alma, deben producir algo, extraer algo de sí mismos y ofrecerlo a la venta, ya sean alimentos o manufacturas, conservas o coches, espárragos o muebles. Esa es la auténtica fuente de riqueza cuyo caudal puede luchar mejor contra la sequía económica.

La producción sostiene la vida de las comunidades, y eso en ningún modo evita que el visitante pueda venir a admirar sus iglesias, sus palacios, su antigua trama urbana y todo el peso que la Historia haya dejado en sus calles y en su gente.

Por eso está bien que la gente venga a las playas siempre que, en primer lugar y a salvo de los vaivenes de modas e impulsos, sigamos construyendo barcos como nadie o aviones a un nivel homologable a cualquiera; siempre que de nuestra marisma salga la mejor sal y de las cabras de la Sierra el mejor queso; siempre que la investigación, la innovación y la creatividad mantenga el espíritu despierto.

Vamos a Fitur a vender nuestras innegables bellezas, se inventan y proponen rutas descabelladas (no hablemos de la marcianada de querer convertir San Fernando en centro de peregrinación para Halloween) y se ve al turismo masivo como salvación para una tierra en crisis y falta de apoyo a las iniciativas, y se olvida que la clave está, por ejemplo, en las infraestructuras públicas, las comunicaciones y, siempre, la producción.

El turista masivo quiere el confort de lo conocido. El viajero de verdad no pide que le construyan atractivos artificiales, sino que anhela encontrar los verdaderos por su cuenta. El pueblo vivo de verdad tiene un tesoro, y eso siempre excitará la curiosidad del buscador.

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