La noche descubre una ciudad distinta. Con el silencio absoluto roto por la respiración acelerada del correr, la ciudad prácticamente duerme. Unos pequeños grupos en los bajos de la playa de los que suben olores fuertes a través del humo, aquellos que ven pasar su tiempo en los bancos frente a la Casa de Iberoamérica o en la Alameda en torno a una botella; el mismo sin techo que permanece de pie en la puerta de un colegio un día tras otro apurando un cigarrillo antes de cerrar otra jornada; o aquel otro que se acurruca buscando de la pared de una antigua estación de autobuses el calor humano que le falta en su vida; las mujeres que por la avenida del Puerto tratan de disimular lo que los gatos las delatan con los rabos tiesos, y es que les llevan comida; las mismas bandurrias y guitarras a las espaldas de los que estos días se parten el pecho por Cádiz; y el mismo tipo sudado que pasa un día tras otro al lado de ellos formando parte de la fauna nocturna.

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