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AManuel Chaves le preocupaba que los dos vicepresidentes de la Junta fueran hombres, después de haber designado a otro hombre (Manuel Gracia) como portavoz del grupo parlamentario socialista y haber aumentado el poder de un hombre más (Francisco Vallejo) en el organigrama de su gobierno. Apenas compensó esta desviación de la proclamada política de igualdad con el nombramiento de Fuensanta Coves como presidenta del Parlamento.

La imagen de un Ejecutivo con más mujeres que hombres, sí, pero con las mejores posiciones y las Consejerías más potentes en manos de hombres -como se plasmó gráficamente en la fotografía digamos oficial del nuevo Gobierno, en el acto de su toma de posesión- no encaja, en efecto, con el discurso oficial de la paridad real y de la necesidad de una discriminación positiva de la mujer en el plano político, como instrumento didáctico ante la opinión pública y lubricante para superar inercias en otros sectores de la sociedad y la economía.

Pero es que, además, los nombramientos del segundo nivel empeoran el panorama en este sentido. Si al situar a mujeres al frente de ocho Consejerías Chaves ha pretendido visualizar su apuesta por la paridad -obligación legal aparte- y predicar con el ejemplo a la Administración en su conjunto, sólo cabe una expresión vulgar, pero definitoria: al primer tapón, zurrapa. En la primera ocasión que tenían los consejeros de aplicar en sus departamentos la doctrina de su jefe no le han hecho caso. De los quince viceconsejeros designados solamente tres son viceconsejeras, lo cual quiere decir que hasta las mismas consejeras, beneficiarias de la paridad, han escogido hombres como números dos de sus departamentos. Teniendo en cuenta el enorme peso político, organizador y gestor que recae en las viceconsejerías, el asunto tiene su importancia y su significado, aunque la paridad vulnerada en este segundo nivel aún puede cumplimentarse cuando se completen las direcciones generales y delegaciones provinciales de la Junta. Pero si en su mayoría son mujeres, ya estarán ubicadas un escalón por debajo de los hombres. Como en el propio Consejo de Gobierno.

Quizás esto no tenga importancia. Quizás lo congruente es nombrar para los altos cargos a los mejores, más brillantes, más preparados, más eficaces, más honrados y más trabajadores, sean hombres o mujeres. Es lo que uno modestamente apoyaría. Pero si se considera que en aras de la corrección política, la vanguardia, el progreso, la liberación de la mujer, etcétera, se debe primar en todo caso a la mujer, los creyentes de esta fe laica deberían practicarla sin excepciones tan clamorosas como esta de los viceconsejeros.

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