Falta fe

La juventud mejor preparada de nuestra historia tiene déficit de esperanza y urge vacunarles de optimismo

La educación que reciben nuestros jóvenes es la base sobre la que se construye el mañana. Y en ese sentido, mientras discutimos rabiosamente sobre el umbral de los niveles de exigencia, olvidamos que el déficit de nuestros estudiantes no es de conocimientos, sino de esperanza, ilusión y motivación. La mayoría saben que tienen por delante un complicado horizonte laboral en el que progresar estará al alcance de unos pocos, y languidecen por los pasillos de prestigiosas universidades en busca de algún máster accesible que les permita ganar tiempo. Les falta fe en el futuro, una asignatura que no se imparte en ningún centro educativo.

A su alrededor, sólo ven política, series y fútbol. La primera, una loable práctica consistente en el intercambio de opiniones en busca de lo mejor para todos, se ha convertido en un lodazal en el que se vota a la contra de alguien y nunca a favor; en un ejercicio retórico y marketiniano que resalta las heridas y nunca los logros, y en el que nos anclamos en conflictos tristes de los que sólo nos liberamos cuando a los otros les va mal. Además, los más jóvenes, los que han nacido europeos, los que conocen las estaciones de tren de Berlín, Londres o París casi mejor que las del metro de sus ciudades, las primeras generaciones multilingües, escuchan diariamente discursos identitarios que miran más a los reinos de Taifas que a Europa. Difícil animarse con nuevos horizontes cuando se oyen proclamas apasionadas en defensa de las terrazas, frente al silencio más estruendoso en favor de la digitalización, la ciencia y la innovación.

Nuestro país hoy no es tierra de oportunidades, sino de descanso vacacional. España, tras décadas de pasividad de los gobiernos centrales y de educación sectaria de los autonómicos, es una realidad lejana para los jóvenes vascos o catalanes que la ven como una idea amarga y anticuada. Y ahora, a los de Getafe les hablan también de la identidad madrileña como último muro de defensa frente al Gobierno central. Desolador. Sin embargo, somos un país extraordinario, con talento, excelentes profesionales y una cultura que es grande por ser universal. Necesitamos recuperar el orgullo, pero no por los imperios, sino por Cervantes, Quevedo, Falla, Picasso o Ramón y Cajal. Porque nacieron en una España mucho peor que la actual, también fueron jóvenes y, sin embargo, trasformaron su mundo a mejor. La juventud mejor preparada de nuestra historia tiene déficit de esperanza y urge vacunarles de optimismo, convenciéndoles con humildad de que ellos lo harán mejor. Algo que, la verdad, no parece muy difícil de lograr.

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