EL deporte y la política son dos términos que no deberían aparecer unidos bajo casi ningún concepto. Hablamos de deporte en el sentido de competición. Otra cosa son las infraestructuras, ya que en ellas la política sí debe trabajar para poner la semilla que germine en un buen fruto.

Uno de los grandes males que sufre el deporte en el apartado que nos atañe es el nacionalismo. Éste se aprovecha en gran medida de los deportistas y equipos de turno para llegar de la manera más fácil y directa al público, igual que con el patriotismo más exacerbado. Es la forma que los políticos utilizan para unir al pueblo a su absurda causa, en vez de dedicarse a lo que de verdad le preocupa a los ciudadanos: poder llevar un trozo de pan a su casa y vivir de forma digna.

En esto, los políticos catalanes son unos auténticos maestros. El ejemplo claro lo tenemos con los desaires y la prepotencia de personajillos como Carod Rovira o Joan Puig, que no hacen más que corroborar lo que he expuesto. Quieren una selección autonómica propia, cosa que no discuto que quieran pedir si es verdaderamente lo que más le hace falta a los catalanes, pero no entra en mi cabeza que critiquen a los que quieran defender a España -porque así lo sientan- antes que a Cataluña. Lo peor de todo, es que intenten adueñarse de deportistas que no son ni catalanes, cómo ha pasado con las críticas a Nadal o Llaneras -mallorquines, por si no lo saben-.

Un presidente como Joan Laporta, con aspiraciones políticas, me ha dejado muy confundido. La Copa de Cataluña, la competición que debería ser la más importante para un catalanista independentista como él, la tiró por la borda el Barça al no mandar a ninguno de los jugadores del primer equipo a Sant Andreu y hacer un refrito entre el B y el juvenil. Una gran falta de coherencia. Al fin y al cabo, estos serían los rivales dentro de una futurible liga catalana, ¿o ésta no interesa, pero una selección propia sí?