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Fair play

Incluso más que en el deporte, en el debate intelectual y político se necesita el juego limpio

En una animada tertulia política con conocidos y saludados, un contrincante saltó diciendo que yo defendía lo mío por no sé qué de mi alta cuna de la que dudar jamás se pudo. No lo dijo así, pero aproximadamente. Mientras, él se engalanaba con una supuesta humildad de sus orígenes, muy rentable. Quedé pasmado, porque eso no tenía nada que ver con el asunto (hablábamos del aborto y del progreso) y, además, el lema de mi casa y el mote del escudo son una nube vaga que eclipsa un vano sol. Pero no me enfadé, porque, como tiendo a esnob, agradecí la puñalada trapera que (signo de los tiempos) pretendía desprestigiarme poniéndome por las nubes.

Después lo he recordado cuando, leyendo la Carta al (precisamente) duque de Norfolk, el flemático John Henry Newman pierde los nervios con su rival el primer ministro Gladstone. No lo hace cuando éste ataca su fe, sino cuando incurre en demagogia barata. Newman no puede soportar la falta de fair play intelectual. Estoy con él. Si vamos a despellejarnos, bien, vamos, pero como señores, sin recurrir a la mentira, al insulto (al inventado al menos) ni al victimismo de salón. El principio de realidad y el de no contradicción son los únicos acuerdos previos imprescindibles para una discusión.

Con esos precedentes, comprenderán que me inquiete el campo embarrado en que los tres partidos (centro, centro-derecha y derecha) han convertido su polémica sobre los votos para la mesa del Congreso. Con lo fácil que es explicar que el PP intentó regalar un puesto a Cs a cargo de Vox como si eso, tras las negociaciones autonómicas, fuese ya la costumbre; y que Vox esta vez se negó a ser el pagano del regalo. Ambos, el PP y Vox, llevaron al límite su pulso hasta el punto de que ni Cs recibió el regalo del PP a costa de Vox ni Vox logró el segundo puesto al que podía haber aspirado con la ayuda del PP. Podemos pasaba por allí y recogió el rebote. El PP y Cs intentaron chulear a Vox y salió mal para todos. Ésos son los hechos y Julián Marías aconsejaba que no se discutiese sobre los hechos probados, sino sobre su interpretación. Se puede discutir sobre quién tenía que haber cedido y por qué, pero no inventarse realidades paralelas.

Ganaríamos mucho (empezando por el tiempo que no perderíamos) si llamásemos a las cosas por su nombre, nos dejásemos de maniobras de marketing y diésemos la cara por nuestras estrategias y decisiones. Con fair play.

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