EN 1972, una familia toledana recibía un premio de manos de Franco en agradecimiento por los 18 hijos que había dado a luz el matrimonio Amor Iglesias. Qué lejos queda este dato en el tiempo, ahora que vivimos una caída demográfica de la que difícilmente nos recuperaremos algún día. Ya no sólo es una mera cuestión económica, que también lo es, sino que es algo ya más arraigado en nuestra cultura. La decisión de tener o no tener hijos se toma cuando se puede o no se puede, lo mismo que se hace para invertir en un coche nuevo o en la compra de una vivienda. Y algo se estará haciendo mal si nos quedamos con la idea del informe de Paul Wallace en el que califica la situación de auténtico "seísmo demográfico". El británico dice que la principal inversión de cualquier sociedad debe ser en su propia sustitución, y creo que en eso nuestras generaciones han fracasado. ¿Es para preocuparse?