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Extremos

Ahora que el debate ideológico se desplaza a los extremos, echaremos de menos a los liberales y socialdemócratas

Comprendo que mucha gente esté escandalizada -y asustada- con las estúpidas exigencias de Vox para apoyar un nuevo Gobierno andaluz, pero convendría recordar que el discurso político se ha ido escorando hacia los extremos (sobre todo el izquierdo) sin que mucha gente que ahora se escandaliza pareciera especialmente preocupada. Y durante estos últimos años hemos oído decir a todas horas, en tertulias televisivas y en las redes sociales, que la bandera española -que es de 1843- era una imposición franquista. Que la Constitución de 1978 era franquista. Que el Rey era franquista. Y más aún, se ha dicho y se ha repetido que Rajoy -un liberal británico al que pronto echaremos de menos- era un fascista. Y que Ciudadanos eran fascistas (el "extremocentrismo", lo denominaban nuestros literatos que no veían nada preocupante en Pablo Iglesias). Y hemos oído más cosas, todas igual de estrambóticas. Que la Unión Europea era fascista. Que el euro era fascista. Y que hasta el neoliberalismo era una ideología… sí, claro, fascista. Pues bien, muchos de los que repetían estas cosas ahora exigen a PP y a Ciudadanos que no pacten con fascistas. Pero entonces, si ya era un dogma de fe que PP y Ciudadanos eran fascistas, ¿cómo se les puede exigir ahora que no pacten consigo mismos?

Ahora que el debate ideológico se está polarizando de forma inexorable, echaremos de menos a los tibios centristas y liberales y socialdemócratas que recibían palos de todas partes. Pero no conviene olvidar que el discurso imperante, sobre todo entre nuestros intelectuales exquisitos, era el discurso que exaltaba el extremismo y la transgresión y el nihilismo, el que desacreditaba las instituciones por corruptas y obsoletas, el que ponía en cuestión a los jueces por machistas y por idiotas, y el que insultaba a todos los que pensaban de forma diferente. A nadie se le ocurrió pensar que podría surgir por el otro lado una reacción igual de extremista que también se fundara en el miedo y en el odio acumulado. Pues bien, ya la tenemos aquí.

Y no conviene olvidar que estos dos extremismos -el de derechas y el de izquierdas- pueden fundirse en un solo movimiento caótico y violento y anti-todo, como ocurre con los chalecos amarillos franceses. Si quedara algo de inteligencia en este país, alguien intentaría recomponer el centro político. Ojalá.

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