Cuarto de Muestras

Extraño reloj

Siempre estamos de aniversario recordándonos a nosotros mismos

L OS que se visten de nazareno cumplen años cada Semana Santa, cuando se ponen la túnica. Como cumplimos años al vestirnos de gitana, aunque nos siga quedando bien el traje, o cuando en Nochevieja, en vez de soplar velas, nos comemos atropelladamente las uvas. Cumplir años, vivir, es recordar y es repetir y es echar de menos y es no dar crédito lo lejos y lo cerca que nos queda todo, incluidas las ausencias más hondas. Hay tantas cosas que nos hacen mirar hacia atrás que siempre estamos de aniversario recordándonos a nosotros mismos. Desde la magdalena de Proust a una canción pegadiza que regresa después de siglos sin escucharla. Un simple golpe de realidad como ver una foto en la que siempre nos pareció que salíamos horribles y que ahora nos parece bastante aceptable, mejor que nuestra imagen actual ante el espejo.

Porque la Semana Santa no sólo es cortocircuito de imágenes opuestas entrecruzadas, es también un extraño reloj mental con su ritmo acompasado e inexorable. Está este reloj marcando su tiempo en la alfombra de azahar que deja el naranjo tras la lluvia, en la nube negra que se va acercando por el cielo, en el curso de una procesión en la que el árbol de la vida aparece ordenado, cómo no, cronológicamente.

Empieza con el grupo de pavitos, niños a cara descubierta, exhibiendo su asombro y su cansancio, jugando con canastos y campanas, comiendo caramelos. Le siguen los que, al fin, privilegios de la edad, se cubren con su antifaz, pero siguen jugando con el pábilo de sus velas, dando cera a los pedigüeños que esperan con su mano extendida, creando laboriosamente una tulipa para que se mantenga encendida.

Vienen tras ellos los jóvenes más fuertes cargando con algunos estandartes que son, más que una penitencia, una dura condena. Los mayores y de más antigüedad desfilan próximos a los pasos, algunos con torpeza, pregonando sus años. Y aún hay que mirar a las aceras porque, durante el recorrido, por aquí y por allí, están los que el tiempo, la salud, o ambas cosas, les impiden salir en la procesión, pero, a su modo, acompañan el cortejo. Tras los pasos, la exhibición hortera de los costaleros musculados y las bandas interminables de imposibles uniformes nos devuelven al presente más vivo.

Sólo en las imágenes el tiempo se detiene. Como siempre, para huir del tiempo hay que mirar hacia arriba.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios