La ciudad y los días

carlos / colón

Exprimir, asustar, educar

SI beber y fumar son enfermedades y dependencias, es decir pura debilidad que somete la voluntad a la tiranía del alcohol y el tabaco, subir una vez más los impuestos que los gravan es aprovecharse de esa debilidad y de ese sometimiento. Si mal está gravar exageradamente lo relacionado con las necesidades básicas, peor aún estaría hacerlo con aquellas cosas cuyo consumo ni tan siquiera depende de la libre voluntad. Lo que antes se llamaba vicio y ahora enfermedad o dependencia.

Cosas de las dobles morales. La de los gobiernos que advierten que el tabaco mata, asustando con fotos tremebundas de pulmones destrozados, abscesos y muertos sobre mesas de la morgue que cumplen la función de aleccionar a través del miedo que antes cumplían las cabezas cortadas clavadas en picas o los cuerpos ahorcados pudriéndose en los cruces de caminos. A la vez que dicho producto se expende en establecimientos oficiales y el mismo Gobierno que lo condena se lucra gravándolo con impuestos abusivos. Leo que el 79,5% del precio de los cigarrillos son impuestos cuyo importe este Gobierno ha subido cuatro veces. Pese al descenso del número de fumadores, el año pasado el Estado recaudó muchos millones de euros exprimiendo a los que quedan. Y encima hay quien les reprocha los gastos que su vicio ocasiona a la Seguridad Social: en habitaciones individuales con vistas hermosas y un ejército de enfermeras y cuidadores deberían ingresarlos, visto lo que aportan.

Doble moral también de quienes consideran que el alcohol y el tabaco son drogas -así, sin apellidos-, con lo que relativizan el daño incomparablemente mayor, más caro y más rápido que hacen las drogas duras; y de los puritanos que condenan la bebida confundiendo el bien saber beber buenos vinos o destilados con el alcoholismo o la borrachera de botellón. Lo importante no es predicar la abstención sino enseñar el hedonismo en el sentido clásico de la palabra, educar para el placer que es sobre todo contención en la ingesta y aprecio de calidades. Sobre el tabaco podríamos discutir, pero en lo que a las bebidas alcohólicas se refiere no cabe la menor duda de que su cultivo, producción y aprecio son altas manifestaciones de cultura (y conste que servidor apenas bebe; pero tampoco oigo a Wagner o a Boulez y no por eso les niego su excelencia cultural). Afortunadamente la cerveza y el vino se han librado, al menos de momento, del subidón. Grambrinus y Baco se lo premien.

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