HE visto el vídeo en el que el modista John Galliano, disfrazado de Gadafi -o de algo parecido-, hace unos estúpidos comentarios antisemitas en un bar parisino. Los comentarios son vomitivos, desde luego, y John Galliano ha sido despedido de la casa Dior, pero me pregunto si era para tanto. No sé si alguien se ha parado a pensar en la situación. Galliano está solo y está borracho. Está en un bar y las cosas no le van bien. He leído que su novio murió hace un año, así que Galliano está consumido por el dolor, tal vez no por un dolor causado por la muerte de su novio, sino por el recuerdo de la conducta que él tuvo con ese novio a lo largo del tiempo. Quizá no lo quiso como se merecía, o peor aún, quizá no lo quiso en absoluto, y sólo ahora, cuando ya es demasiado tarde, Galliano recuerda su relación con esa persona que ha muerto, y se culpa, y bebe, y vuelve a beber, y empieza a hablar solo y a hacer comentarios estúpidos a sus vecinos de mesa (que lo están grabando con el móvil), pero él sigue bebiendo y haciendo comentarios cada vez más estúpidos.

Galliano está en esa edad en la que uno empieza a saber que le toca vivir a la intemperie. Lo mejor de la vida ya ha pasado. Aún tiene fama y dinero, y aún puede comportarse como un oficial de las SS con sus modelos y con sus subordinados, pero eso ya no le basta. Y tampoco le basta la leyenda que se ha ido fabricando para fantasear con su pasado. Porque John Galliano no se llama Galliano, sino Juan Carlos Galiano Guillén, y es un llanito de Gibraltar que cuando era niño tuvo que emigrar con lo puesto a Inglaterra. Su madre, según he leído, era una limpiadora de La Línea de la Concepción. Y toda esa vida oculta es la que se le vuelve a aparecer cuando está bebiendo solo en un bar de París. De nuevo recuerda las mentiras que se ha contado a sí mismo y les ha contado a los demás. Y de nuevo recuerda todo lo que tuvo que callar y todo lo que tuvo que disimular. Y así surgen la rabia y la furia ciega. Y así surgen los insultos contra los curiosos que se sientan en la mesa de al lado. Y así surgen las frases idiotas como "amo a Hitler".

Vivimos en una época en que nos tomamos en serio las frases de un borracho patético, mientras que nadie parece tomarse en serio el embrutecimiento y la inmoralidad que cada día van destruyendo los cimientos de la sociedad en la que vivimos. Lo de Galliano, se mire como se mire, no tiene ninguna importancia, y aun así ha tenido consecuencias. En cambio, el programa de Ana Rosa Quintana con la mujer de Santiago del Valle -una deficiente mental a la que han forzado a decir ante las cámaras cosas muy graves- no ha tenido ni una sola consecuencia. Ninguna. En un país donde hay un Fiscal General del Estado y un Gobierno que concede licencias de televisión. Y no ha pasado nada. Nada.

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