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Espejismo u oasis

Si yo fuese político no me haría ninguna gracia que a los países y a las regiones les vaya tan bien sin gobernantes

Por fin se despeja el futuro gobierno de Alemania, tras un intento tricolor de pacto imaginativo que no cuadró. Han pactado los de siempre, socialistas y conservadores, la gran coalición, grandemente repetida. Poca novedad, pues. Pero lo interesante es que en estos largos meses en que no han tenido gobierno en Alemania los alemanes han estado de lujo. Es un dato que recorre Europa. Bélgica batió un récord de tiempo ingobernada y creció como nunca. A España le fue de maravilla en el atasco de la investidura de Rajoy. Cataluña está mejor ahora, sin gobierno, que antes del 155, con una brecha social y una hemorragia empresarial de escándalo.

El dato tendría que hacernos pensar. ¿Son rémoras los gobiernos? Una clase política entretenida en entretenernos con sus entremeses, ¿nos sienta de maravilla? ¿O es sencillamente la inercia? Teniendo en cuenta los precedentes, creo que estamos ante un tema de nuestro tiempo que tendría que ocupar a los politólogos, demasiados pegados a glosar las encuestas, y poco acostumbrados a hacer análisis de más calado.

La cuestión podría resumirse así. La falta de gobierno que tan estupendamente parece sentar a los países, ¿es un espejismo? Lo sería si, en realidad, los países funcionasen por el impulso del gobierno que pasó y hacia la esperanza en el gobierno que tarde o temprano llegará. ¿O es un oasis, y el crecimiento económico y el bienestar social son el natural esponjamiento de unas comunidades asfixiadas por la inflación legislativa y la constante matraca de la política práctica? La pregunta se las trae.

Yo, como hipótesis de trabajo, apostaría por una mezcla de las dos respuestas. Medio espejismo, medio oasis; o un poco de engaño social y otro poco de alivio comunitario. Lo que no significa que me esconda, ni mucho menos. Con relación a la parte del espejismo, hay que sacar una conclusión: lo bien que funciona la función pública, que es la que sostiene, en el fondo, toda esa parte de lo público que solemos agradecer al gobierno, pero que depende del Estado.

La otra parte es el oasis. Existe, porque tanta frescura, tanto descanso y tanto alivio, en tantos lugares de nuestro entorno, no pueden ser causales. De ese oasis tendrían que preocuparse muy seriamente los políticos. Viven (y muy bien) de nuestros sueldos y con estos intervalos de ausencias nos demuestran lo mucho que podríamos ahorrarnos. Yo, de ellos, me tentaría la ropa.

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