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Cuarto de Muestras

España retratada

Sorolla fue un gran señor, Picasso no supo querer o sólo supo quererse a sí mismo y mal

En este año se conmemoran la muerte de Sorolla y de Picasso y con este motivo se realizarán importantes exposiciones. Conocer su obra es conocer la evolución de la pintura española y, con ella, nuestra propia historia. Diría que nadie tiene un álbum familiar tan completo como el nuestro.

Quizás vuelva a repetirse con estos dos inconmensurables y prolíficos pintores la España de Joselito y Belmonte. Las dos Españas que en cuanto pueden se miran con desconfianza y saltan enfrentadas. Sí, hay mucho partidario de Sorolla que detesta a Picasso y, a la inversa, mucho picassiano antisorollista. Ideas preconcebidas junto a la sobrexposición y saturación de ambas obras, convertidas en postal las de Sorolla y en pasquín las de Picasso, han dado lugar a este pobre antagonismo como si no pudiera admirarse a ambos autores por igual, aunque por los muy distintos caminos al que nos llevan sus personalidades. Ambos fueron trabajadores incansables. Sorolla fue un gran señor, Picasso no supo querer o sólo supo quererse a sí mismo y mal, algo muy valioso para un artista.

Sorolla es la pintura limpia y luminosa reflejo de su propia vida. Después de tanta temática religiosa e historicista, Sorolla vino a enseñarnos que para deslumbrarse no había que recurrir a un retablo ni a los grandes acontecimientos épicos de la historia. La luz de Sorolla nace de lo que ve a alrededor que es deslumbrante y cegador, sean unos niños en la playa o sean unos pescadores llevando a cabo su dura faena. Nadie ha sabido titular mejor sus cuadros. Y están en él, Velázquez y El Greco, y Fortuny y Los impresionistas y los nórdicos y un afán desbordado por ser fiel a lo que ve, a la verdad y a mirar con la misma piedad de Cervantes y de Galdós, de ahí su luz.

Picasso es la pintura por dentro. Después de demostrar su dominio pictórico desde muy niño como si fuera un juguete, comienza a mirar que hay dentro, a destruir, a hacer pedazos y de cada pedazo un nuevo juguete, un experimento. Necesita asomarse a las tripas de la vida y abismarnos en los más terribles precipicios. Están en él, el arte primitivo y Velázquez y Goya y Rembrandt y Munch y Lautrec y Cézanne. A veces triste, a veces inmisericorde, nos obliga a mirar lo que no queremos ver. Los ojos del Lazarillo, de Quevedo, de Valle-Inclán. Somos una frágil bombilla colgada de un cable.

Aprendamos a mirar a uno y otro. Son complementarios.

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