Juan Luis / de Las Peñas

España, otra España, ya perdió en Finlandia

INCLUSO las nuevas generaciones saben que la selección de la que disfrutamos en los últimos años, esa que encadena un título tras otro, sitúa a muchos de sus jugadores entre los mejores del mundo y provoca la admiración general, supone un oasis tras una larga historia de sequía. Están viendo a España ganar y ganar, pero saben, porque nos hemos encargado de decírselo, que la trayectoria de la que ahora llamamos La Roja ha estado llena de frustraciones: la maldición de los cuartos, la impotencia ante los grandes e incluso, para asombro de algunos, una larga década en la que España ni siquiera acudía los grandes torneos. Se perdían partidos, muchos, y hubo episodios de bochorno como el que se vivió en el Mundial de España, pero, entre todos ellos, pocas derrotas tan ignominiosas como la que la selección encajó una tarde de junio de 1969, en el estadio Olímpico de Helsinki, ante una Finlandia que acabó última del grupo de clasificación para el Mundial 70, con sólo dos puntos, los sumados ante España, y nada menos que 28 goles encajados.

Si la Finlandia de ahora, a la que hay que ganar invariablemente para que la presencia en Brasil no se complique, nos parece, porque lo es, un rival endeble, qué decir de aquella que afrontó con España, Bélgica y Yugoslavia la clasificación para el Mundial mexicano. Un equipo integrado en su totalidad por jugadores amateurs, gente que compatibilizaba el fútbol con su profesión de oficinista, mecánico o bombero, y que todavía no se cree, casi 45 años después, cómo pudo vencer por 2-0 a una selección española de transición y escasa de moral, sí, pero en la que figuraban jugadores de pedigrí como Amancio, particularmente, Velázquez, Fusté o el joven Asensi.

El consuelo fue que el encuentro, al menos, no tenía trascendencia, porque España ya se había encargado de dilapidar, cuando sólo se habían disputado siete partidos del grupo, cualquier posibilidad de estar en tierras mexicanas -tras empatar con Bélgica y Yugoslavia, un 2-1 en Lieja sepultó todas sus opciones-, pero ni así pudo explicarse la derrota de un equipo entrenado entonces por un triunvirato formado por Miguel Muñoz, Salvador Artigas y Luis Molowny, técnicos de Real Madrid, Barcelona y Las Palmas, los tres primeros clasificados del campeonato, después de que el doctor Eduardo Toba fuera destituido una vez se confirmó que España no estaría en el Mundial. Un triunvirato que ni siquiera llegaría a completar la fase de clasificación, ya que Ladislao Kubala debutó en el banquillo español con un 6-0 ante la propia Finlandia, a la sombra del Peñón, en el partido que cerraba el grupo.

Aquella triste tarde, un tosco delantero llamado Arto Tolsa y el extremo Lindholm catapultaron con sus goles a Finlandia a un triunfo que debe figurar en sus anales. No fue, desde luego, el último batacazo español, y ahí están el 2-0 en Islandia con Miera en el 91; el 3-2 en Chipre en el 98, que enterró a Clemente después del pésimo papel en el Mundial de Francia; y otro 3-2 en Belfast, con Luis Aragonés, en septiembre del 96, que abría de la peor manera posible la clasificación para la Eurocopa 2008. Paradójicamente, esa derrota significó el final de los malos tiempos. A partir de ahí, ya saben: Eurocopa, Mundial y Eurocopa. Un tiempo de gozo que, desde luego, no siempre fue así.

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