La indecente bronca entre el Gobierno y la Comunidad de Madrid ya forma parte de lo paranormal. No hay nada comparable a esta escalada de disparates. Este país está tan envenenado por la política que sus dirigentes van a lograr que quien no dé positivo, esté a punto. A medida que suben los muertos por Covid, los ciudadanos ven a sus gobernantes como una enorme cantidad de millones de euros que bien podría emplearse en algo mejor. ¿Qué le añadirán al agua que beben para ofrecer este lamentable espectáculo en directo?, nos preguntamos, a diario, entre el asombro y la vergüenza ajena. ¿Para qué acuden al Congreso, el Parlamento o los ayuntamientos, si el que no está en política por dinero, lo hace para intrigar o para votar lo que diga el jefe? No se recuerda un diputado que haya dicho, tras oír a su adversario, 'ahí llevas razón'. La mayoría se mueve mejor en el barro que en el terreno de las ideas por su absoluta falta de creatividad. Y sólo cuando no pueden más, algunos acuden al psicólogo: 'Doctor, la realidad me supera'. 'Ya somos dos'.

Para gestionar esta crisis por derecho, y a falta de la vacuna, en Andalucía tenemos al consejero de Salud, Jesús Aguirre, que no es poco. No sabe cómo frenar los contagios, ni él ni ninguno de los de su especie, pero a menudo invita a echar unas risas, que falta hace. Su impagable aclaración sobre las nuevas restricciones en el ámbito familiar transmitió tanta tranquilidad a los andaluces como Pedro Sánchez con sus cuatro fases de la desescalada. A Chano Lobato y El Chaqueta se les entendía mejor por alegrías que a nuestros dirigentes. Muchos colegas de Aguirre se mofaron a sus espaldas, ignorando que hace un siglo que la peña no entiende un pimiento de lo que dicen sus representantes, porque hablan como les escriben sus asesores, no como la gente normal.

A la ausencia de lealtad institucional, hay que añadir que poco, por no decir nada, se decide hoy en el Congreso o el Ayuntamiento. Cuando el debate llega a las sesiones, todo está cocido por unos cuantos. La consigna es sobrevivir a costa del error del adversario antes que por méritos propios. De esta suerte, cuantos más fallecidos se apunta el ministro Illa en su mochila, más parecen excitarse algunos en el seno del PP. Y viceversa: cuantos más víctimas se anotan las comunidades gestionadas por los populares, más pecho sacan no pocos socialistas. ¿Y qué democracia se puede permitir el lujo de que sus gobernantes parezcan alegrarse de los males ajenos, en este caso el aumento de contagios (y muertos), siempre que sea en territorio del rival? La española. Los socialistas le han tirado tantas piedras a Isabel Ayuso, que acabará convertida en mártir, pese a su torpeza. Si lo que pretende Sánchez es demostrar lo mal que le iría a este país con el PP, ya está tardando en asumir el mando. Y no basta con suaves recomendaciones para eludir su responsabilidad. Si asumiera que no es el momento para agitar el republicanismo y elegir jueces bajo capricho con tintes bolivarianos, tendría más opciones de éxito ante la pandemia. Pero a veces también el PSOE se comporta como un virus que sólo busca sobrevivir, aunque para ello tenga que maltratar el cuerpo en el que habita. Mala cosa.

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