Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

España Jerez

LA tata de mi padre era de Jerez. Cuando íbamos a visitarla, ya muy anciana, mi padre la saludaba a voz en grito con un "¡España, Jerez!", que significaba que de España la quintaesencia era Jerez. Aquello la animaba mucho. Había pasado su vida laboral en el Puerto de Santa María con morriña de exiliado o de emigrante, pero había conseguido al menos que su pequeño pupilo, ya hecho un hombre, supiese lo que es bueno, y proclamase la excelencia de Jerez, a pesar de ser de pueblo.

He recordado la expresión ahora que la situación institucional de Jerez pasa por horas tan bajas. Dos ex alcaldes en prisión y la última ex alcaldesa citada por el Supremo es un pleno de ayuntamientos de la democracia. No se habla más de esto porque la formación del próximo Gobierno nos tiene sorbida la atención. Pero es un caso digno de estudio; que Carmen Oteo, por cierto, explica minuciosamente bien en su artículo de hoy.

Yo generalizaré. Que Andalucía es España al cuadrado se dice mucho, pero es verdad; y Jerez resume Andalucía en buena medida. Así lo ha hecho ahora con esto de sus alcaldes. Uno de los males de la España actual es la judicialización de la política, que se ha convertido en una profesión de riesgo. El riesgo de dar con los huesos en la cárcel, como demuestra ¡exagerando! Jerez. Y, en todo caso, el riesgo de un seguro desgaste de imagen y de salud, que resulta terrorífico cuando se comparan las fotos de un mandatario con pocos años de diferencia.

Eso, y unos sueldos que, demagogia mediante, no son equiparables a los de la empresa privada y, sobre todo, un sistema de promoción interna defectuoso y unas exigencias mediáticas estrictas y tiránicas dan lugar a una clase política cada vez mediocre, apocada y perecedera. Remata Ignacio Peyró su reseña sobre una nueva biografía de Winston Churchill con esta reflexión inquietante: "Hoy el estadista insigne no sobreviviría a dos tuits: fumador, bebedor, casta desde los tiempos de Marlborough y ausente de toda disciplina de partido, es más que dudoso que Churchill hubiese llegado a alcalde pedáneo". Y de haber llegado, habría acabado en la cárcel.

Nuestros políticos van -por dolo, culpa o sino- directos a su inmolación. Si lo hiciesen impelidos por una vocación de servicio, por una visión del bien común, me parecería admirable, pero, si es así, se les nota poco. Si van atraídos -como la mariposa al fuego- por el poder, sería tonto.

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