¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

Esmoquin y propaganda

POLÍTICOS españoles en esmoquin recordamos a muchos, desde Miguel Primo de Rivera a Suárez. Sin embargo, en general, no es este un traje que haya disfrutado de mucha fortuna en nuestro país. Rafael García Serrano contaba en uno de sus libros cómo los jóvenes de su época lo despreciaban por extranjerizante y éste quedó definitivamente limitado a las puestas de largo de las clases pudientes y a algunas fiestas séniors con pretensiones. El esmoquin, signo del glamour masculino y del refinamiento nocturno en la Europa rubia, ha sido sustituido generalmente en España por el más serio y funcionarial traje oscuro, que lo mismo sirve para un entierro que para una boda. Los españoles, desde el Siglo de Oro en el que se afianzó el laconismo en el vestir cortesano, no nos fiamos demasiado de los hombres excesivamente elegantes, de ahí las chanzas populares a los que se atildan demasiado.

No deja de ser extraño que Pablo Iglesias acudiese en mangas de camisa a ver al Rey y en esmoquin al aquelarre anual de la noche de los Goya. La corbata, aunque últimamente está cayendo en desuso, nunca fue incompatible con la izquierda. Muy al contrario. Alguna vez, alguien nos comentó que muchos militantes del Partido del Trabajo de España -formación filomaoísta del tardofranquismo y los primeros años de la Democracia- solían llevar chaqueta y corbata para diferenciarse nítidamente del desaliño tan de moda entre la burguesía postsesentaochista. Iglesias podría haber acudido con corbata a visitar al Monarca sin que nadie hubiese puesto en duda su alma roja, al igual que nadie le niega hoy su voluntad revolucionaria por el hecho de haberse puesto una pajarita.

Pensamos, pues, que para Iglesias el armario es como la poesía para Gabriel Celaya: un arma cargada de futuro. Si la noche del sábado optó por el esmoquin fue, sencillamente, porque sabía que iba a descolocar a Pedro Sánchez (insignificante, ridículamente despechugado) y a la opinión pública. Cada toilette, cada modelito, es un grito pegado a la pared, una celada que tiende al adversario. Estamos convencidos de que el secretario general de los socialistas se pasó toda la gala de los Goya pensando en que se había equivocado a la hora de elegir el atuendo. Cuando se está negociando no hay nada más efectivo que confundir y descolocar al adversario. El esmoquin de Iglesias, no lo duden, es un paso más hacia el poder.

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