Esforzarse en relajarse

En verano, hay que darse muchísima prisa en frenar y pararse corriendo

Me enfadan los enfados y, al verme enfangado en la paradoja geométrica, me enfurezco el doble. Los fanáticos de las buenas maneras, por eso mismo, las perdemos enseguida: en cuanto alguien nos refunfuña. He salido diez minutos a la calle y no sé si será el calor, los atascos, la falta de sueño, la indigestión de pez o las prisas múltiples, pero me han soltado tres impertinencias inopinadas seguidas.

Un tipo en moto, al adelantarnos, ha gritado muy furioso porque, según él, mi hija no iba lo suficientemente bien agarrada a mí del modo que a él le gusta. A otro le ha enfurecido que yo saliese demasiado tranquilo de un ceda al paso. Y otra me ha afeado mis dudas hamletianas comprando en la panadería. Con el primero, he estado a punto de replicarle que se agarrase él de…; a la otra, algo de la masa madre, etc.; pero he caído a tiempo en el peligro de que te succione el remolino. Si me enfado porque me enfadan los enfados estoy aplicándole un factor multiplicador al mal humor. Hay que cortar de raíz el círculo vicioso, respondiendo con una leve sonrisa a cada brusquedad. Y digo "leve" con toda la intención. Cuando la sonrisa es amplia y roza la carcajada, el enfadado se enfada más, porque sospecha que te estás riendo de él. Es muy contraproducente; lo sé por experiencia. Sonrisa difuminada, por tanto; si es tenuemente triste, mejor.

Comprenderlo todo es perdonarlo todo. Los veraneantes llegan con mucho estrés acumulado durante el año, más el que produce pagar el alquiler. Vienen a la paz de la playa y se la encuentran tan llena como la gran ciudad y, en gran medida, por los mismos. Iban lanzados y -como cuando dejas la veloz autopista y corres el peligro de salirte en una curva de la carretera comarcal- tienen que darse un margen para desacelerar. Esforzarse en relajarse. En cuatro o cinco días, ya se habrán hecho a otra velocidad.

Pero lejos de mí el más mínimo indigenismo, tan de moda. También los aborígenes nos ponemos insólitamente nerviosos por no aparcar a la primera o porque tarden más en servirnos en la venta de siempre o por tener que saludar en serie a tantos.

Recordemos que la paciencia todo lo alcanza. Si el enfado o el nerviosismo no se nos contagian ni adhieren, se consumen volando en su deflagración. Cuando llegue septiembre nos dará una inmensa pena que se vayan los amables veraneantes después de lo bien que nos habíamos adaptado. Como todos los años.

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