Cádiz es, a decir de muchos, una ciudad ideal para las motos: distancias cortas, buen tiempo y un quebradero de cabeza menor a la hora de buscar aparcamiento. Su uso, tan extendido, tiene en vilo a un grupo de detractores que protestan, a menudo con razón, por la forma de circular de muchos motoristas -evidentemente no todos-, su arbitraria manera de afrontar las normas de tráfico y esa eterna manía de superar el tráfico denso aprovechando cualquier recoveco entre dos coches. Hubo una época en la que costó horrores convencer a los jóvenes de la obligación del casco, como hubo otra, a veces vigente, en la que las motos fueron las reinas del ruido ensordecedor, del escape libre, que es precisamente lo que ha hecho esta empresa motera que con fanfarria anunció tropecientos millones de inversión y otros tropecientos puestos de trabajo. Mucho ruido y mucho humo para, al final, salir pitando.