El Gobierno quiere proteger a sus médicos y enfermeros, pero no lo tiene fácil, por el desabastecimiento generalizado que ha provocado la crisis. Casi no quedan mascarillas, ni gafas, ni batas... Que China sea el supermercado del mundo al fabricar tan barato tiene estos inconvenientes, que cuando te falta lo más elemental, dependes de terceros. Es lo que tiene la globalización. Los pocos países que sí disponen de equipos de protección de sobra, se resisten a venderlos. A esto se une que, en nuestros hospitales, los amigos de lo ajeno son capaces de llevarse los dispensadores de gel desinfectante y las mascarillas que no estén bajo llave. La condición humana no tiene remedio: los mismos que arrasaban ayer en el súper, no entendían, hace unas horas, que se suspendan la Semana Santa y la Feria.

Entre los sanitarios circula un aforismo no exento de retranca: "En el primer escalón están los seres humanos, luego los ángeles, los arcángeles, los querubines, más arriba Dios y por encima de todos, los cirujanos cardiacos". Pues bien, a la altura de estos, hay que situar al personal que trabaja estos días en Urgencias, Infecciones y en la UCI arriesgando su salud. La Asamblea de la OMS declaró este 2020 como el Año Internacional de la Enfermera. No se puede tener más tino. Y el resto de sanitarios también merece tal distinción. Estos piropos y alabanzas, sin embargo, no mejoran sus sueldos de risa, ni las penosas condiciones en que trabajan. Aunque homenajes como el de anoche, con sus vecinos aplaudiéndoles desde los balcones, son de justicia. Lo que estos profesionales necesitan de verdad son medios para trabajar y respeto por su labor. Y no a políticos como Pablo Iglesias dando la nota saltándose la cuarentena. Menudo ejemplo. En definitiva, precisan que el personal reconozca su vocación a diario, en vez de dedicarle todo tipo de lindezas: "¡Recuerda que te pago el sueldo!", "¡a ver sí corréis más!", entre otras.

Esta crisis tendría que invitarnos a reflexionar a todos: ¿para qué quieren los políticos llegar al poder si, a la hora de la verdad, les tiembla el pulso? Ninguno ha cogido el toro por los cuernos, pese a saber lo que iba a suceder, tras la experiencia de nuestros vecinos los italianos. El miedo a equivocarse de los gobernantes sólo ha sido comparable a su exceso de confianza. Pese a que Italia nos narraba la evolución del virus a cámara lenta, se ha perdido mucho tiempo en actuar, entre lamentables discusiones del propio Gobierno. De muy poco les ha servido saber lo que se nos venía encima, porque no han hecho nada por acelerar las decisiones. El viernes, el Gobierno italiano se lamentaba por haber facilitado la propagación del virus por todo el país, al tardar tanto en limitar los movimientos de los ciudadanos. ¿A qué esperaba nuestro Gobierno? ¿Pensaba que los madrileños se quedarían en casa con una simple recomendación? Al anunciar el decreto de alarma el viernes, lo que provocaron fue una invasión. Veremos cuántos positivos cuesta.

Por todo ello, nuestros sanitarios son un tesoro nacional. Ahora se preparan para el peor de los escenarios duplicando los puestos de urgencias. Pero al virus sólo se le podrá derrotar desde la responsabilidad. Al final, puede que este maldito virus, además de obligarnos a echar el freno y a recuperar la afición por los juegos de mesa en familia, nos enseñe a pensar adónde vamos tan rápido, persiguiendo no se sabe qué, y sin valorar lo que realmente importa: la salud.

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